La llegada al buque escuela Galatea


Quiero animaros a todos los visitantes para ir llenando esta página de viviencias, esos recuerdos que conserva cada uno de cuando llegó por primera vez a la Escuela de Maniobra, bien en Ferrol o cuando ya estaba el velero como pontón escuela en La Graña. Contaremos las primeras impresiones, cuando se pisó por primera vez la cubierta del Galatea.
La foto que nos ilustra esa entrada pertenece a L. Valenciano Arenillas y nos da una idea muy fiel, al menos para mi, de como vi al legendario velero la primera que vez que pisé La Graña y vi al Galatea.
Lo que aquí  se publique serán las narraciones que se cuenten en los comentarios del blog: Buque Escuela de Maniobra Galatea, o bien, si se desea, se pueden enviar por correo electrónico y nosotros las publicaremos.

Miguel Gómez Ruiz
Transcurría el año 1956, del día 27 de junio, cuando sobre las 19 horas ingresaba en el Cuartel de Instrucción del Ferrol ( por aquellos tiempos del Caudillo ) por lo que esto sucedía hace ya 55 años, en esos días contaba con 17 años casi recién cumplidos.
El año anterior es decir a los 16 años realicé todos  los trámites que por aquel entonces eran exigidos para el ingreso voluntario en la Armada, se trataba de los siguientes certificados: Estudios, Médico, Oficio, Penales y Consentimiento Paterno, acompañados por una solicitud de puño y letra en papel del Estado y debidamente franqueada por unas pólizas que ahora no recuerdo el valor. A veces pienso que efecto tenían los Certificados Penales cuando aún eras casi un niño y necesitabas el consentimiento paterno.

Desde mi domicilio hasta llegar a Ferrol tardamos tres días de viaje, en aquellos trenes de madera donde la carbonilla era tu compañera de viaje. Por aquella época desde mi pueblo hasta el ya mencionado Ferrol había que hacer varios transbordos, en los siguientes lugares.
Alcantarilla, este trasbordo era muy corto, viajamos toda la noche hasta llegar a Madrid a la estación de Atocha, pasamos todo el día en Madrid, ya que hasta la noche no salía el tren desde la estación del Norte. Al día siguiente se tenía que hacer otro en Monforte de Lemos, para llegar al destino ya por la tarde del siguiente día.
Era mi primer viaje que hacía solo, y la primera vez que abandonaba el seno familiar, pero era un jovenzuelo inquieto y todo mi afán consistía en aventurarme e intentar hacerme un hueco en la vida. Por eso mi estancia en la Armada, pero sobre todo el Buque Escuela de Maniobra Galatea, dejó una huella muy profunda en mi vida difícil de borrar, supongo que eso le debe de suceder a todos los que así lo hicieron.

Transcurridos los cuatro años que era el compromiso adquirido, dejé la Armada para ingresar en la Marina Mercante, donde estuve un corto espacio de tiempo, donde también la abandoné, buscándome el sustento ya en la vida civil, en la que yo creía que estaba libre de ataduras,  nada más lejos de la realidad.
De todas formas en lo que se refiere a mi, no me fue nada mal y se puede decir que con trabajo y tesón, y empleando algo de lo mucho que aprendí en aquel ya legendario Galatea, me fui forjando una forma de vida bastante cómoda y holgada hasta el día de hoy.
Esto es lo que fue de aquel muchachote que navegó en el viejo velero, haciendo frente a las adversidades climatológicas y también a las placenteras travesías, que perdurarán para siempre en su mente.
Dando gracias al Todo Poderoso por haberme protegido en los grandes temporales que sufrimos, así como en las enfermedades propias y las de mis seres queridos, también por haberme dado esos incondicionales amigos que para mí son mi otra familia.
Y como final de lo expuesto, deseo lo mejor que un ser humano puede desear a todos los que de cualquier forma en su día formaron parte del Galatea.

José Castrillón Mesa
Tenía dieciocho años, nos juntábamos todos los mozos y mozas en los prados de las romerías y verbenas, para ver las interminables y alegres fiestas, las gaitas y tambores que hacían sonar sus melodías, nuestros mayores llevaban los alimentos para pasar el día y la noche.
Nos poníamos bajo un frondoso árbol y allí depositábamos todos nuestros enseres, las cajas de sidra, las empanadas, las tortillas, los bollos preñados, para de esta manera no tener que desplazarnos a comer ni merendar a ningún lugar, y llegado el momento sentarnos todos juntos a la sombra y ponernos a comer, descansar para  por la tarde continuar con la fiesta.
Eramos felices todos, no teníamos nada en que pensar, solamente en la fiesta, y así un día y otro.

En aquel año estaba de moda aquella canción que decia, ”soy de Pénjamo soy de Pénjamo, si una muchacha te mira y se agacha, también es de Pénjamo, tomemos las copas por Pénjamo…”etc, etc etc. Yo creo que todavía recordarán esos momentos todos aquellos muchachos que participaban de aquellos días tan placenteros.
Yo llevaba conmigo mis papeles que días antes me habían enviado del Ministerio de Marina para mi ingreso en la Armada como voluntario. Estaba muy orgulloso de ello y todos, las mozas y mozos me envidiaban, me quedaban solamente cuatro días para mi ingreso. Eramos felices.

Llego el día señalado, tres de Julio de año 1.953, cuando salí de Oviedo, en un tren correo, que echaba vapor por todas  partes y la corbonilla inundaba nuestros cuerpos, nadie daba  importancia a nada pues éramos felices.
A medida que iba alejándome de mi tierra con rumbo a otra desconocida,  lo más profundo de mi ser, iba creciendo  cierta nostalgia. Durante aquel lejano viaje fuera de mi tierra y a lo desconocido, parecía que me iba preocupando un poco, pero me reponía y  volvía a sentirme  feliz.
Cuando ya estábamos llegando después de dos fechas, muy poco a poco me iba preocupando más, hasta que llegamos a aquella desconocida tierra y mirábamos los buques de guerra. Fué un momento que me sobrecogió en todo mi interior. He visto aquellos altos palos de un buque blanco que había atracado en el muelle, todo era raramente extraño, no acertaba a decir palabra. ¿ Dónde me estaba metiendo yo?.

Parecía que sonaba una alarma dentro de mi, que me hacía sentir preocupado, la deseché y dirigí mis pasos a aquel gran edificio que era el Cuartel de Instrucción de Marinería.
Al entrar dentro y cerrarse las puertas detrás de mi, fué cuando la alarma de mi interior empezó a rezumbar con toda fuerza, unos militares armados con los fusiles y la bayoneta calada, me recibieron y me llevaron al interior. Ahí terminó toda mi vida privada, atrás quedaba mi tierra, en plenas fiestas con sus músicas y sus coloridos engalanados, dando alegría a todos sus habitantes.

¿Dónde había caído yo ? ¿era ese recinto una Cárcel ?. Ya todo mi ser quedó derrumbado por los suelos, no hacia más que mirar de un sitio para otro intentando ver algo conocido, pero nada, todo era muy extraño para mí, había caído en una horrible trampa. Me llevaban de un lugar para otro, al igual que hacían con otros, que como yo estaban entrando en ese tétrico recinto, con varios militares armados que vigilaban por todas partes.
No sabia que hacer, intenté buscar la salida, pero imposible, ya era muy tarde, estaba atrapado, ¿que harían con nosotros? pronto y poco a poco lo fuimos descubriendo, no salíamos de nuestro asombro.
Cuando se completó la llegada de todos, fué un escarnio lo que hacieron con todos, sin miramiento nos cortaron el pelo al cero, nos mandaron a las duchas, empiezan a darnos órdenes a voces, a darnos empujones, tratándonos sin ninguna consideración. Fué un tremendo choque para nuestras mentes y nuestros cuerpos, estábamos demasiado asustados para articular palabra alguna.
No teníamos ganas de nada, solamente de salir de allí, de ése tétrico antro que parecía una enorme pesadilla, queríamos volver a nuestra tierra, a nuestras fiestas, con nuestros mayores y con los amigos, pero eso era ya imposible, ya no se podía dar marcha atrás.

En esa situación estuvimos dos meses y medio, en los cuales estaban intentando cambiar nuestras mentes para transformarnos en otros seres vivientes, como si quisieran que mutáramos en otros personas. Sí, eso era.
Llegado el día de finalizar nuestro primer cambio de personalidad, nos embarcan en aquel buque de tres palos y salimos a navegar durante cuatro meses. Sólamente habían pasado dos meses y medio y ya estábamos en la mar. Si malo era la primer parte, mucho peor era esta segunda parte, ya sabéis amigos y compañeros como lo hemos pasado en ese buque durante tres largos años.
Después de este tiempo sufrimos  un cambio radical, sufrimos una gran transformación,  yo al menos, ya no era ese muchachote que salió de su tierra ese lejanísimo día tres de julio del año 1.953. Pero durante ese primer período de tiempo, primer año de transformación, vertimos muchísimas lágrimas, anhelábamos nuestras tierra, nuestras fiestas, nuestros amigos, nuestros mayores, pero todo quedó atrás ya no había remedio ni se podía volver al principio.

A los pocos días del ingresar en el Cuartel, llega el día de la fiesta del Carmen, y allí hicieron una gran “fiesta” pero nosotros no sentíamos  nada de esa celebración, eso no era la fiesta que nosotros conocíamos, estábamos ajenos a todo, no nos importaba nada, sólamente pensábamos en nuestros hogares y  en nuestras fiestas, pero todo quedaba muy, muy  atrás.

Ahora, han pasado cincuenta y tantos años, y miro hacia esa lejanía y pienso en ella con altibajos, doy un profundo suspiro y pienso, ya pasó todo, y doy gracias a Dios por haberme conservado hasta estos días, y recuerdo a los que como yo partieron para el más allá, unos en el mismo Cuartel de Instrucción, otros navegando, y otros a lo largo de estos años, a todos ellos los llevo y creo que los demás compañeros también, los llevamos  en nuestro interior  para siempre.
Como sabéis, he continuado en la Armada hasta mi retiro y he cambiado, ya no pienso igual de la Armada como esos primeros días, todo lo contrario, la llevo dentro de mí con mucho agradecimiento, lo mismo que a todos los compañeros y mandos.

Arminio Sánchez Mora
Acababa de llegar a San Fernando - Cádiz- con un grupo de futuros aspirantes para el ingreso en la Armada  que había acudido a la llamada de “muchacho, la Marina te llama. “Hicimos  amistad al coincidir en el Ministerio de Marina en Madrid para la cita  previa de entrega de la tarjeta de embarque del  expreso Madrid – Cádiz,  con salida a las nueve de la noche de la estación de Atocha.
Al llegar a destino buscamos   una pensión para  descansar del viaje con la expectativa de presentarnos  al día siguiente, frescos y aseados, al Cuartel de Instrucción  de Marinería; por lo que relativamente pronto nos fuimos a dormir para  recuperar  las horas de sueño perdidas en el largo y pesado viaje de ferrocarril.

“A eso de la media noche, después de luchar contra los mosquitos con la sábana hasta las orejas, una comezón muy fuerte me hizo levantar y mirarme en el espejo del baño. Cuál no sería mi sorpresa cuando me  veo el párpado de un ojo hinchado de tal manera que no podía ni abrirlo; veía solo por una rendija y a través de un velo que eran mis pestañas.
Me acosté confiado en que por la mañana lo tendría mejor, pero temiendo a la vez  lo que sucedería si se diese la  casualidad de que me picasen en el otro ojo.
Bueno, pues por la mañana me levanté y al tocarme los ojos observo, bueno, observo no,  porque ya casi  no podía observar nada, siento que el párpado del otro ojo también había sido atacado por otro fatídico insecto.

Estos mosquitos gaditanos no eran traicioneros,  ya que  avisaban al comienzo de su vuelo en picado, y en la  maniobra de aterrizaje, aprovechando el   silencio de la noche, se proveían  del sustancioso  sustento.
Se me vino el mundo abajo, ni Marina ni nada, otra vez al Retiro “a montar en barca”, como se decía en los madriles.  El examen médico estaba previsto  como primera prueba eliminatoria  y, nada más llegar, cómo podría argumentar lo sucedido, cómo me iba a presentar con los ojos como dos huevos duros.
Los compañeros me dejaron unas gafas de sol  y me acompañaron a una farmacia. El boticario me recetó una pomada para que no me picase y me dejase de rascar y otra para la inflamación.
¡Me teníais que ver con las gafas de sol, el pantalón de campana y, alrededor, los compañeros que viajaron conmigo desde Madrid!; si me dan una garrota, parecía que en vez de ir a la Marina íba a cantar chirigotas.

Según pasaba el día la inflamación iba bajando y, por suerte, en el Cuartel de Instrucción de Marinería, y, nada más llegar,   tan solo nos dieron la ropa y nos cortaron el pelo.¡ Si me llega a pasar con el pelo recién cortado habría parecido un pollo de gorrión con los ojos saltones!.
Bueno, por si acaso, tomando medidas preventivas y  ya en la litera de la  sexta brigada, me aseguré de que los mosquitos que esa noche quisiesen picarme los ojos antes quedarían embarrados en su aterrizaje con la capa de pomada  que me puse en cada uno de ellos antes de dormir.
Una vez pasado el susto y en el descanso de una instrucción militar voy a referir la siguiente anécdota:

Cuartel de instrucción, julio de 1974. Un calor abrasador quemaba el cemento del patio central donde, desde muy temprano, sólo se escuchaban el sonar de las botas, el batir de las culatas de hierro de los mosquetones y las cinchas de los correajes. Polvo, sudor y hierro a la voz de descanso, ar !
Diez minutos para abandonar las formaciones, beber agua y resoplar bajo los arcos sombreados y frescos de los sollados. Pasado ese tiempo, otra vez en formación en perfecto estado de revista. Correajes, botones abrochados y en posición de descanso esperar la voz de firm….es, sobre el hombro derecho armas. un os..un os.. un ..os…….. pa..so.
Había que “cambiar el agua al canario” y los urinarios se repartían en dos plantas unidas por una escalera, desde la de arriba ante la inexistencia de paredes, se podía divisar la totalidad de la de abajo.
Inocentemente orinaba en los urinarios de abajo, y además con la gorra puesta, cuando sentí que una mano la hacia volar de mi cabeza. Miré rápidamente hacia arriba y no vi nada ni a nadie.

En unos minutos tenía que volver a formación y sin gorra era imposible. Me la habían “chuleado”.
Ni corto ni perezoso me subí a los urinarios de arriba y, al asomarme, contemplé un montón de gorras. No veía nada más que gorras grises y todas a mi mano; solo tenía que alargar el brazo y ya está.
No me lo pensé ni un momento. Agarré una y la cabeza de su dueño se quedó desnuda y sin protección con un corte de pelo que asustaba.
Desde entonces entendí por qué al entrar en un lugar cerrado todos los “peludos” se guardaban su gorra en el cinturón y cuanto más a la vista mejor.
Pasado el período de instrucción  y después de pasar casi  toda la noche en vela en aquel lento y pesado tren correo procedente de Madrid comenzé junto con otros compañeros la historia que casi todos  hemos vivido en nuestros comienzos.

Era una tarde de primeros de septiembre de los setenta cuando, procedentes de varios puntos de la geografía española, los aprendices y futuros contramaestres pisamos tierra gallega. Nuestros comienzos en el Cuartel de  Marinería de San Fernando (Cádiz)  nos adentraban en la férrea disciplina militar  para, una vez asignada la especialidad, ser destinados a las diferentes escuelas de especialistas tras un merecido mes de descanso.

A pesar de los años transcurridos me queda aún grabada la imborrable y nítida imagen, tan entrañable, de un mítico Buque Escuela Galatea mecido por las verdes aguas del Atlántico.
En aquella tarde plomiza, oscura y lluviosa, nos daban la bienvenida tres mástiles cruzados y un bauprés, que a ras del espigón, enfilaba hacia la rampa de Mugardos. La bajamar obligaba a bajar el portalón, dado que el barco estaba más bajo que el pantalán del muelle. Una sensación de cansancio e incertidumbre invadió lentamente todo mi cuerpo y por primera vez, bajo la incesante lluvia y el trinar de los silbatos gorgorear, adiviné el significado de esa mezcla de nostalgia que conduce a ese otro estadio más profundo que es la morriña.
Aunque descansamos en coys  de lona, picoteados por una fauna y envueltos en una manta de lana hasta las orejas, no pegamos ojo por culpa del repique que provenía de la sala de calderas y morada del fantasma.
Por la mañana la sensación de desesperanza seguía rumiando en el interior de nuestras apesadumbradas mentes, o al menos  de la mía.

Al alba, desayunamos chocolate con leche en polvo servido en gaveta, tres naranjas y galletas de la Factoría de Subsistencias… y tras formar para la revista de cubierta, bajamos al aula para la presentación del profesorado y resumen del contenido académico: Maniobra, Navegación, Meteorología, Nomenclatura  del  buque,  Seguridad  Interior,  Señales  por  Scott,  Semáforo, Banderas y Gallardetes, Salvamento y Supervivencia, Reglamento para Prevenir Abordajes en la Mar, Aprovisionamiento, Estiba de la Carga, Velamen y Nociones de Construcción Naval.
En la meridiana solar de las doce, el bricbarca Galatea estaba en todo su esplendor. Hacía un sol radiante que iluminaba la Ría de Ferrol y la línea de flotación coincidiendo con la pleamar emergía sobre el firme del muelle.

El espectáculo de ver dar el aparejo del trinquete desplegando sus velas a los vientos de poniente era tan grandioso e impactante que, para una persona que hasta entonces no conocía el mar, a excepción de lo bogado en las balleneras gaditanas de la isla de San Fernando, fue todo un flechazo.
La blancura radiante del casco y su esbelta y sinuosa figura, casi coqueta; la Nereida Galatea del mascarón de proa que relucía reverberando sobre las aguas y,  por aura, una arboladura de cruces alzadas a un cielo reflejado…me hicieron sentir orgulloso de haber llegado a la base naval de La Graña y de ser un miembro más de la tripulación de un viejo velero del siglo diecinueve.

En este entorno naval se desarrolló un aprendizaje marinero a cuya vida se debe un poema: Galatea; y  aún conservo el chiflo de maniobra , talismán que me hizo contramaestre y navegar por siete mares. Conviví a bordo con “Largo”, que había navegado en Elcano; con un hueso que daba Maniobra Teórica; con el contramaestre de cargo y su ayudante: que enseñaba nudos, cajetas, piñas, gazas y costuras, revisando de uno en uno, lo que siempre mandaba hacer con las manos detrás

Fernando Tena Díaz
Me presento, me llamo Fernando Tena y aunque no he navegado en el Galatea, si me he tirado dos años en dicho barco, primero como cabo segundo alumno y más tarde haciendo el curso para cabo primero.
Mi promoción es del 28 de Octubre de 1971, embarcando por primera vez en el Galatea en Enero del 1972. Ahora estoy en la reserva y vivo con mi familia en Rota (Cádiz), pueblo tranquilo y marinero.
La primera vez que pisé la cubierta del Galatea, fue en Enero de 1972 como comenté anteriormente; llegué un día lluvioso y ventoso, bueno un día ferrolano, me dirigí a la Estaciona Naval y como no dejaron pasar al taxi hasta donde iba, tuve que ir andando hasta el buque, desde la barrera de la entrada en La Graña hasta el Galatea que estaba en el pantalán central.
Así que cuando llegué estaba empapado y muerto de frío, intentaba meter las manos dentro de las mangas del chaquetón azul para que el aire no me enfriara más las manos, pues ya no podía ni mover los dedos del frío que tenía.

Al subir a bordo el centinela me dijo que esperara al cabo de guardia, que era un especialista con seis meses más que yo de Marina, o sea un cabo segundo alumno, así que lo llamó con el pito  "Pirriiii, pirriii, cabo de guardia" el cual subió a la toldilla y me pregunto que si era especialista.
Después de darle los papeles de embarque me comentó que esperara un momento que iba a comunicarlo al Suboficial de Guardia, en ese momento y antes que bajara a comunicarlo la suboficial, le llame y sacándome un cigarro del bolsillo le dije, que si me daba fuego; como con un resorte se disparó su mano, me dio un bofetón y me metieron diez días de arresto por pedir fuego a un superior.
Este es mi comienzo y primera experiencia a bordo del Buque Escuela Galatea.

Alberto Vera Meizoso
El embarque
Era una mañana soleada del principio del fin de una dictadura militar, cuando un tren expreso, fletado para la ocasión y con bandera en el vagón de cola, entraba en la estación de Ferrol procedente de San Fernando, Cádiz, con la primera promoción que ese año iba a cursar las especialidades de Maniobra, Navegación e Hidrografía en el mítico velero y Buque Escuela “Galatea”, que se encontraba atracado en un pantalán de la Estación Naval de La Graña.
Entre tantos muchachos con ansia de aventuras y que por entonces la Marina llamaba a sus filas, probablemente había más de uno que se dedicaba a componer versos en sus ratos libres o estaba un poco influenciado por las lecturas de grandes relatos navales, tradición marinera y entorno familiar más directo.

Al cruzar el portalón, a cuestas con aquel petate blanco, en fila de a uno y bajo la impresionante arboladura y el rugir de las jarcias de acero, cáñamo y abacá, y poner pie en aquella vieja cubierta de tablazón, era como atravesar un túnel del tiempo que te transportaba en volandas de la imaginación hacia épocas pretéritas.
Dos años a pie de mástil, en el Galatea haciendo vida a bordo y durmiendo en aquellos coys sujetos a ganchos del techo, picados por las chinches que se resistían al fumigado de zotal y oreado en las jarcias... y que antes de despuntar las primeras luces del alba, aferrábamos y estibábamos en la batayola del sollado de proa.
La vida a bordo os puedo asegurar, que era como la misma escena naval grabada de un viejo cuadro al agua fuerte del siglo XIX, entre la fiel recreación del fin de la Época Dorada de la Navegación a Vela y el comienzo de la propulsión mixta a viento y vapor, en tiempos de la Revolución Industrial a la que pertenece este mítico bricbarca español de tres palos llamado Galatea.

Mi experiencia a bordo de este buque fue tan impactante que hoy, treinta y tantos años después de mi último abarloar a la escala real del Galatea, sintiendo la lluvia batir contra el vidrio del portillo empañado por entrañables recuerdos, escribo en soledad lo que allí aprendí, viví, oí... para que el eco, en el seno azul y blanco rizo de una onda susurrando cantares de caracolas, alcance con la fuerza cósmica de las olas la arena de todas las orillas y atraiga la atención de los lectores hacia las cosas del Mar.
Páginas 10, 11 y 12 de Leyenda del Galatea y una Colisión en el Mar sin Nombre de Alberto Vera Meizoso para su publicación.

Eduardo Ruiz Mañogil
Cuando la noche del 14 de marzo de 1956 traspasé el portalón y pisé porprimera vez la cubierta de madera de aquel bergantín goleta,si alguien me hubiese dicho que más de cincuenta años después yo recordaría ese momento como uno de los más importantes de mi vida, posiblemente lo hubiese tomado por loco,pues mi memoria aún se estremece con aquellos nstantes en los que en mi corazón solamente tenía cabida la soledad y el temor a lo desconocido.

Al amanecer del día 15 el cornetín de órdenes lanzó al aire las notas del toque de Babor y Estribor de guardia y el buque escuela enfiló la ría de Ferrol para iniciar un crucero de instrucción que finalizaría el 15 de julio y durante el cual visitaría los puertos de Las Palmas de Gran Canaria, San Juan de Puerto Rico y punta Delgada.
Un violento temporal nos sorprendió a los pocos días y estuvo a punto de hacer naufragar nuestro velero, al igual que había hecho con el buque escuela alemán Pamir, hundido en las aguas del archipiélago de las Azores. No deja de ser curioso que después de tantos años puedan conservarse en la mente situaciones y personas tan lejanas y que sin embargo parezcan cosas ocurridas ayer mismo.
Cierro los ojos, dejo volar la imaginación y veo al capitán de fragata don Ramón Liaño de Vierna comandante del buque, paseando por cubierta junto al segundo comandante, el capitán de corbeta don José Lorenzo Rey-Díez, y al capellán don Abilio Piédrola, enfundado en su enorme y negra sotana.
También me parece estar viendo a todos y cada uno de aquellos contramaestres, duros, competentes, profesionales hasta la médula y con toda probabilidad una de las más cualificadas plantillas con que ha contado la Marina:
Don Jesús Freire, don Saturnino Serantes, don Robustiano Álvarez, don Antolín Vila, don Pablo San Emeterio, don Pedro Jiménez, don Vicente Costa y tantos otros de los que seguramente me olvido comprensiblemente tras más de medio siglo transcurrido.

Durante dos inolvidables años permanecí a bordo, y lo que para mí fue el comienzo de mi vida en la Armada, para él significó el principio del fin de la suya. Muy poco tiempo después, cargado de trienios y de achaques, cansado y sin páginas ya que rellenar en su manoseado cuaderno de bitácora, dejó de navegar.
A pesar de su honroso historial y de una hoja de servicios intachable, cuando le llegó la hora de causar baja en la Lista Oficial de Buques de la Armada se vio obligado a soportar injustas crueles humillaciones.
Las mismas aguas que tantas veces había surcado con sus velas desplegadas al viento, lo vieron pasar arrastrado como un guiñapo, como un fantasma salido de otros tiempos en los que su airosa silueta llegó a ser conocida y admirada por todos.

Desde las monjitas de San Juan de Puerto Rico, que lo saludaban con entusiasmo agitando la bandera de España, hasta los habitantes de Pernambuco, a quienes visitó y con los que compartió algunos días de descanso.
Como él, yo también causé baja en la lista de la Armada, y lo cierto es que ignoro si mi viejo y querido amigo continúa amarrado a los norays de la Estación Naval de La Graña o si tal vez ha sido incinerado y sus cenizas esparcidas por el Atlántico, por ese océano del que, como dice una de las canciones a él dedicadas, nunca salió.
Sea como fuere, siempre lo recordaré como el bello barco que fue y guardaré en lo más profundo del corazón todas y cada una de las canciones que autores desconocidos escribieron para él y que tantas jóvenes gargantas le cantaron con el entusiasmo y la alegría de los diecisiete años.

Posiblemente haya sido el buque de nuestra Armada que mayor inspiración despertó a la hora de escribirse bonitas letras que ensalzaran su estampa marinera, su belleza, su gallardía.
Letras que paliaron también muchas horas de morriña a las numerosas promociones de especialistas que olvidaban, aunque fuera tan sólo por unos momentos, sus privaciones y fatigas mientras entonaban el «¡Oh, Galatea, tú eres el barco mejor…!», sentados alrededor de una vieja mesa de madera del bar La Uva y saboreando una buena taza de Ribeiro.

Francisco Rebollo Ortega
Recordando los primeros días en el Galatea
Recordar aquellos lejanos días  en el Buque Escuela “Galatea”, después de haber pasado 51 años y algo más de cinco meses, me hace volver en el pensamiento a los años de mi juventud, cuando un día decidí que la Marina iba a formar parte importante de mi vida, y a pesar de no conocer lo que iba a depararme el futuro, como militar profesional.

Dentro de los ayudantes especialistas de todas las especialidades de la llamada 3ª promoción del Ministro de Marina D. Felipe Abarzuza y Oliva (1957-1963), con relación a mis compañeros del “Galatea”, yo fui un caso atípico, por eso quisiera aclarar este concepto antes de referirme a mi llegada al “Galatea”.

Marinero de reemplazo
El 2 de octubre del año 1959, perteneciente al cuarto reemplazo de ese año, ingresé en el Cuartel de Instrucción de Marinería de Cartagena para realizar el Servicio Militar. Posteriormente y una vez que juré la bandera de España, realicé en dicho cuartel el curso de Monitores de Instrucción, el primero que realizaba la Marina, para sustituir en la instrucción de reclutas, a los cabos eventuales que hasta entonce nombraba la Jefatura del Cuartel.

Después del curso me destinaron a la 6ª brigada del Batallón de Instrucción en donde permanecí como cabo monitor de marinería, cuyos galones por primera vez eran de color verde con un distintivo en la parte superior  del galón consistente un ancla bordada de mismo color sobre fondo azul marino.

Este detalle de cabo de marinería daría lugar más tarde a varias anécdotas que me ocurrieron estando en el Galatea, ya que por ser nombrado cabo monitor en el Diario Oficial de Marina, nadie podía quitarme el galón, sino era por otra orden ministerial. Por eso cuando llegue al Galatea mientras lo ayudantes especialitas llevaban en el antebrazo izquierdo una uve invertida de color rojo, a pesar de ser todos alumnos, yo permací con el galón verde, y al igual que todos mis compañeros con la cinta de especialista en el Lepanto. 

Destinado en el cuartel de marinería de Cartagena
En el C.I.M. pasé varios meses destinado en la 6ª brigada en  la que desempeñé en mi cometido de cabo monitor en varios reemplazos, siendo al mismo tiempo el cabo de la escuadra de gastadores. Un día el comandante de mi brigada, el Capitán de Infantería de Marina, D. Paulino Sánchez Montempiri, me dijo, que en Diario Oficial de Marina se había publicado una convocatoria para especialistas de la Armada, y que él que me conocía, pensaba que yo podía tener futuro en la Armada. Pero para eso primero tendría que ir al Cuartel de Instrucción de Marinería de San Fernando (Cádiz) donde se presentarían todos los aspirantes a ingresar en la Armada, como marinería profesional de las distintas especialidades que se ofertaban en aquella convocatoria, como eran, mecánica, artillería, electricidad, electrónica, amanuense, torpedista y otras.

En el cuartel de marinería de San Fernando
Cuando llegué al C.I.M. de San Fernando, enseguida me destinado a la brigada de aspirantes a ayudantes especialistas que estaban realizando el periodo de instrucción. La mayoría con edades entre 18  y 19 años, provenía de la vida civil, excepto tres o cuatro cabos de marinería como yo con los galones verdes de distintas especialidades y algunos entre ellos, un par de marineros de reemplazo con distintos destinos en la Armada donde estaban cumpliendo el servicio militar obligatorio.

Lo que más llamó la atención fue ver a unos veinte guineanos de la antigua provincia española de Guinea Ecuatorial, de las etnias Fan del continente y Bubis de las islas, con los que pronto hice amistad, sobre todo con alguno de ellos que hablan perfecto español. Ni que decir tiene que en aquellos días, mis superiores al conocer mis condiciones de monitor me pusieron a enseñar la instrucción a mis propios compañeros.
Algunos de los guineanos al ver mis galones verdes un tanto amarillentos se creían que era sargento.   

La especialidad de Maniobra
En la entrevista que tuvimos para elegir especialidad, en mi caso tuve el acierto de elegir Maniobra, decisión de la que nunca me he arrepentido, al revés he disfrutado de esta especialidad desempeñando la misión que corresponde a cada uno de los empleos militares, hasta subteniente, ya que cuando ascendí al entonces nuevo empleo recién creado, de Suboficial Mayor, pasé a desempeñar mi trabajo con dicho cargo, ya que según la normas publicadas al efecto, fui Suboficial Mayor de la Unidad del CIM de Cartagena con la misiones asignadas a los cometidos de nuevo empleo, dependiendo directamente del Jefe de la Unidad, además de ser Jefe de la Cámara de Suboficiales. Con el tiempo ascendía a Alférez de Navio, con cuyo empleo pase a la situación de retiro. 

Mi llegada al Galatea
Procedente del C.I.M. de San Fernando (Cádiz), después de un largo viaje en tren, con los correpondientes cambios de comboy  en la estación de ferrocarril de Alcazar de San Juan, y en Madrid de la estación de Atocha, a la del Norte, llegamos a la estación de Ferrol en la noche el día 31 de marzo de 1961.

Aquel día, estaba el cielo cubierto de nubes, cosa natural en Ferrol en ese mes. Una vez en la estación, vestidos de uniforme nos dirigimos andando hasta la puerta del Arsenal Militar más cercana al Cuartel de Instrucción de Marinería, y desde allí, al muelle cercano situado enfrente de la fachada principal del Cuartel de Instrucción de Marinería, donde estaba atracado el Buque Escuela “Galatea”.

Mis primeras impresiones.
Aquella noche, me impresionó ver aquel majestuoso buque con casco, palos y vergas de hierro con sus respectivas tablas de jarcia, obenques, burdas, quinales y demás aboladura, toda operativa, pues hacía apenas un año que había dejado de navegar. Observé la cubierta de tablazones de madera, y el tangón con varios botes amarrados a una falsa amarra, entre los que había un lanchón a motor y tres botes de vela al tercio que se utilizaban para las clases de los alumnos de maniobra. Estaba además dada la Escala Real por la banda de estribor del buque y por la de babor una larga plancha al muelle con los correspondientes candeleros y pasamanos.

La primera noche
La primera noche, después de formar en cubierta pricipal y comprobar nuestros nombres ante el oficial y el suboficial de guardia, nos asignaron alojamiento en el sollado principal donde nos entregaron los respectivos coys, dándonos así mismo algunas instrucciones para el día siguiente, entre ellas lo correspondiente a la composición de ranchos para la comida, la estiba de coys en la batayola, los útiles de comida, gavetas, bandeja, jarra para el vino, cubiertos, taquilla, y alguna cosa más.

El primer sueño en el Galatea
Cada uno como pudo, fuimos situamos nuestro coy compuesto de una lona con ollado, con dos bolinas con sus respectivas argollas triangulares de cabilla de hiero, un rebenque para su colgado y aferrado, una colchoneta y una manta. Unos dormimos en el coy colgado en los ganchos de los baos de cubierta y otros, los menos, en el coy colocado subre la cubierta del sollado que estaba revestida de linóleo y todo lo demás quedaba a nuestra iniciativa. En mi caso, tuve la suerte de colgar el coy en uno de aquellos ganchos.

El sollado polivalente
Entre otras cosas me llamó la atención aquel sollado con la superficie  cubierta de linóleo de color marrón rojizo, en el cual dormíamos por la noche, como refiero anteriormente. Unos colgados y otros en la cubierta  hasta que con  el toque de diana,  se aferraban los coys con el rebenque y se  arranchaban verticalmente en la batayola, igual que cigarrillos en los  paquetes, para de esa manera dejar el sollado limpio y ser utilizarlo como aula, y posteriormente como comedor para lo cual había que armar las mesas y los bancos de unos doce ranchos de ayudantes especialistas.

Al día siguiente en cubierta
Al día siguiente después de desayunar formamos en cubierta donde nuevamente pasaron lista y no explicaron el plan diario de clases, que comenzó aquella misma mañana, con la subida y bajada descalzos pisando flechastes, por la tabla de jarcia de palo mayor hasta la cofa, en un circuito continuo de subir y bajar de una hora y media aproximadamente. A la mayoría le temblaran  los pies al pisar los flechaste con la planta del pie, al no estar acostumbrados a semejante ejercicio. Lo de la altura era otra cosa a la que la mayoría no estábamos acostumbrados. Aunque en el “Galatea” ese curso estábamos los ayudantes especialista de todas las especialidades, los de maniobra formábamos un grupo aparte que estaba enfocado a nuestra especialidad específica.

Los jefes, oficiales y suboficiales
A pesar que aquel año todavía no se sabía oficialmente si el bric-barca Escuela de Maniobra “Galatea” volvería a navegar con  especilistas de maniobra, como en años anteriores,  su dotación de oficiales había quedado reducida al Comandante, un Capitán de Corbeta Jefe de Estudios, 4 oficiales, 10 suboficiales, la mayoría gallegos, entre ellos, cuatro contramaestres, un  mecánico, un electricista, un condestable, un brigada escribiente que era de Cartagena y un sargento fogonero, además de un cabo primero corneta de infantería de marina, todos bien conocedores del “Galatea” ya que había navegado en él.

Entre los oficiales y suboficiales recuerdo a los siguientes al teniente de navío D. Ricardo Saavedra Montero, profesor de maniobra, que había navegado en el antiguo buque escuela de vela corbeta “Nautilus”; teniente de navío D. Ángel Ramos, que al poco tiempo de conocernos sabías el nombre de todos. Este oficial con el tiempo fue destinado de práctico al Arsenal de Cartagena; teniente de navío D. Juan del que no recuerdo sus apellidos; contramaestre de cargo, mayor D. Antolín Souto, hombre corpulento y de grandes manos, que había navegado en los últimos viajes a América del “Galatea”; brigada contramaestre D. Teodoro Dueñas; un suboficial electricista, un mecánico, un condestable, los sargentos D. Benigno y D. Belarmino, este último sargento fogonero, que tenía un hijo ciego,  que durante aquellos mese en el Galatea tuvo con todos nosotros un trato extraordinario.
Entre el personal civil estaba un mayordomo y jefe de cocina vasco y un maestro velero, cuyo taller de velas estaba instalado en un pasillo al  que se accedía desde el sollado principal.

Los compañeros
Independientemente de las demás especialidades, los entonces ayudantes especialistas de maniobra éramos unos treinta, entre ellos gallegos, andaluces, murcianos, valencianos, mallorquines, extremeños, asturianos y guineanos de la entonces provincia española de Guinea Ecuatorial.

De sus nombres recuerdo a Juan Dato García y Gabriel Piñero Zas, de Cartagena; Rafael Casado Ortiz, de Aguilas, Antonio Pérez Torreño y Diego Galván Valle, de Algodonales (Cádiz); Sánchez Balluerca, Lechuga Ortiz, Juan de Dios Sánchez de la Rosa y José Olias Rodán, de Cádiz; Pablo Galán Fernández de Badajoz; Vicente Chevarino Ojeda, de Cordoba; José Luis Cortina, de Asturias, Miguel Muela Gálvez, de Sevilla, Vicente González Lizondo, de Valencia, que dejó la Armada y pasado el tiempo fundó el partido Unión Valenciana, llegando a ser Presidente de las Cortes Valencianas.
Santiago Abaga Untutumo, un guineano muy simpático y muy apreciado, al que le llamábamos “Ocho bigotes”, que pasado el tiempo dejó la Armada y se casó con una gallega, viviendo y trabajando en Vigo; Juan Calvo Permuy, Juan Leopoldo García Manso y Parcero Varela, de Ferrol; Juan Colomar Torres, de Mallorca, que pasado el tiempo estando destinado en un remolcador en la base de Porto Pi de Mallorca, dejo la Armada para hacese patrón de Cabotaje, llegando a mandar varios barcos.

Entre los guineanos de otras especialidades estaba Cosme, Mañé, y David y otros, de Bata. Con el tiempo cuando estaban destinados de cabos en distintos buques de la Armada algunos de ellos regresaron a Guinea para integrase como jefes, en distintos destinos de la Marina en el Gobierno del presidente Macia. Otros regresaron más tarde al ser reclamados por el gobierno del Presidente Teodoro Engema, ocupando importantes cargos en  la Marina, en la política, entre ellos David que ocupó la Jefatura de la Marina guineana, otro que llegó a ser vicepresidente del gobierno y posteriormente embajador de su país en la O.N.U.

La primera comida
Al día siguiente de estar en el “Galatea”, al llegar la hora  de la primera comida, sobre la una y media, se dio la orden de armar mesas y repartir, comenzando con ello la primera comida con los compañeros de rancho en los puestos rotativos por semanas de rancheros y gaveteros, que eran  a los que les correspondía subir a la cubierta principal para retirar la comida de la cocina.
El mayordomo con la lista en la mano, según llegaban los rancheros decía: rancho uno para doce, rancho cinco para once, etc. etc. etc. Al final de la comida después de arranchar las mesas y los bancos íbamos al fregador para lavar los platos con agua del mar que salía de un grifo de cobre, mientras lo más rápidamente que podíamos, lavábamos los platos, los cubiertos  y los enseres del rancho, cruzando platos y manos, como buenamente podíamos, utilizando una pastilla de jabón de sosa, el que la pillaba.  
  
Los primeros días a bordo del Galatea
Al los dos o tres días estar en el “Galatea”, nos entregaron un Tratado de Maniobra, un manual de la maniobra del “Galatea” un libro de Geografía e Historia y otros relacionados con los distintos temas de estudios, que en los exámenes se evaluaban con distinto coeficientes, siendo el mayor de ellos el correspondiente a las asignaturas de Maniobra, Nudos Marineros, Señales y Navegación con coeficiente 3.  Seguridad Interior y Ordenanzas de la Armada con coeficiente 1,5 y Geografía  e Historia y Matemáticas con coeficiente 1.
Lo que estaba claro era que las notas de las asignaturas de la especialidad de Maniobras y Navegación eran las de mayor coeficiente por ser las importantes.

A partir del primer día fuimos conociendo el barco, su maniobra y los compartimentos interiores, así como las oficinas, talleres, pañol de velas, pañol del contramaestre, sollado de proa, caja de cadenas, sala de máquinas, etc., por lo que al poco tiempo ya conocíamos teóricamente toda la maniobra del buque, además de los ejercicios y descubiertas que realizábamos en la arboladura, subiendo por la jarcia, a la que cada día estábamos más familiarizados de tanto subir y bajar.
Nos llamó la atención la cantidad de granos de café que encontrábamos en los rincones de algunos lugares menos transitados, residuos procedentes de la última navegación a América.
De la comida, recuerdo sobre todo la cena que casi siempre era caldo gallego y sardinas pequeñas fritas, que les llamaba parrochas. 

El primer Baldeo
Los baldeos de la cubierta de madera del “Galatea” con agua salada era una de las funciones que realizábamos cada dos o tres días, para lo cual formábamos un grupo de unos doce alumnos, que totalmente descalzos y equipados con bruses y baldes con arena, sosa, greda y sal acedera, en fila de a tres, frotábamos la cubierta dirigidos por un cabo  que al ritmo de toque de pito de contramaestre, con el repetido sonido de tito totoito, tooito totoi, todos a una, frotábamos los cepillos contra la cubierta, al mismo tiempo que el encargado de llevar la maguera vertía el agua sobre la cubierta que desalojaba al mar a través de los trancaniles.

Recuerdos
Son muchas las cosas que recuerdo de los distintos periodos en que estuve embarcado en el Buque Escuela “Galatea”, tanto a bordo de este buque como en nuestras salidas a tierra en Ferrol,  sus calles plazas y paseos, entre ellos el Cantón de Molins,  bares de comidas como A Rua, sus cines, sus pueblos cercanos como Mugardos, Mariños, el Seijo donde íbamos en verano a las fiestas de su patrón.

Aprovecho estos recuerdos de mi estancia en el “Galatea para saludar a los galateanos todas las personas que visitan estos blogs y sobre todo  a los enamorado del mar y del Galatea.
Doy por finalizada esta pequeña introducción saludando a todos los que nos leen, a los componentes de este blog y a Arminio Sánchez Mora, al que hace tiempo conocí por una entrada que hizo en mi blog, titulado Historia de Torrevieja por Francisco Rebollo Ortega, es en mi opinión uno de los más importantes investigadores de la historia del Buque Escuela “Galatea”.

Gerardo Ureña Massa

Era un 12 de Marzo de muchos años atrás, tantos como que fue en el año 1955. ¿La ciudad? El Ferrol del Caudillo. Ya había finalizado el periodo de instrucción la primera promoción de ese año. Esa mañana el Cabo Prendes, entra en la cuarta brigada, con unos cuantos folios en sus manos, dispuesto a vocear los destinos de cada uno de los marineros, que durante 73 días compartieron vida en esa brigada.

El Cabo Prendes, siempre demostró ser un tipo muy duro, desde el primer día hasta casi el final. Fué un cabo rojo de reemplazo, pero parecía un auténtico profesional, más bien daba la impresión, que lo habían parido para mandar. Fue muy duro con nosotros, durísimo diría yo. Sin embargo, cuando terminó el periodo de instrucción, el cabo Prendes sacó el ser humano que llevaba dentro y no parecía el mismo personaje, digamos que a partir de ese momento, se mostró como un compañero más. ¡El periodo de instrucción había terminado!

Cuando mencionó mi nombre, toda mi atención, al igual que la de mis compañeros de promoción, la acaparaba mi destino. Al nombrar El Galatea me puse muy contento. ¡ Lo había conseguido ¡. Otro día espero poderos explicar porqué.
Cenamos en el cuartel y después de cenar nos llevaron al Galatea. Los demás compañeros con destinos diferentes tomaron rumbos. Cuando pisé la cubierta de este, sin par velero, o al menos en así lo creo, lo primero que percibí, fue un profundo olor a brea, cáñamo, madera y al conjunto del salitre de la mar mezclado con todo el entorno de cabos y aparejos.
Formamos en cubierta, en la banda de babor, donde se nos asignó un número, una brigada, un sollado, en mi caso fue el de popa, y un lugar para dormir a plan, o sea en el suelo, pues los ganchos para colgar el coy, estaban en poder de los veteranos.

También nos dieron la taquilla y nos dijeron que podíamos acostarnos a dormir.
Los que compartimos brigada en el cuartel, procurábamos mantenernos unidos ante lo desconocido, manteniendo unas pequeñas tertulias en el mismo sollado. De repente aparece un especialista preguntando si había alguien de Valencia. Debo aclarar que el que suscribe nació en Ferrol, y sin haber cumplidos los 8 años, se trasladó a Valencia con su familia; Pero esa es otra historia, que tal vez y si Dios quiere, algún día os contaré.
Ese especialista, llamado Carlos, estuvo pendiente de mi persona los primeros días de navegación. Nunca se lo agradeceré bastante, fué mi Ángel de la Guarda. Yo no lo conocía de nada, él apareció en mi vida, me protegió, me dio ánimos y buenos consejos. Yo a la vez, siempre que entraba un embarque de quintos, procuraba ayudarles.

Me parecía imposible, entender toda la maraña de cabos que cruzaban el barco de babor a estribor y de proa a popa, pensé que era una locura, pero a medida que vas conociendo el entramado, te vas dando cuenta de que todo es perfecto.
Salimos a la mar el 15 de Marzo, las "mascadas" como así llamábamos al vómito producido por el continuo movimiento de la cubierta bajo nuestros pies, salían a docenas de nuestras bocas y para mayor desgracia tenías que sobrellevar el insoportable olor que producían. El mar estaba movidito, los veteranos comían de pie, los nuevos o sea “los peludos" no podíamos ver la comida. Yo pensaba que no lo podría superar. Carlos me daba ánimos, así tres días, tres jornadas me duró la borrachera. Debo decir que hasta el hoy mismo, jamás he vuelto a marearme.
Bueno amigos, pienso que para empezar no está mal. Trataré de seguir navegando en  El Galatea. Se me olvidó reseñar que el Cabo Prendes era asturiano... ¡Un gran asturiano!.  
   
Juan Pérez Villares
Ingresé en la Marina el 4 de enero de 1956, después de leer en el periódico ESPAÑA de Tanger un reportaje sobre el Galatea y haciendo invitación a ingresar en la Marina. Elegí la especialidad de Maniobra, pues  yo lo que quería era navegar.
Después de dos meses y medio de instrucción en el Cuartel de Marinería de SanFernando, Cádiz, emprendimos por tren el largo viaje a Ferrol, yo creo que llegamos al muelle donde estaba El Galatea al anochecer del día 15 de marzo y estaban metiendo a bordo los últimos víveres.
A  continuación se hizo a la mar y, ya en mar abierto y con el aparejo largado se hizo de noche, el mar estaba muy oscuro y solo se veía blanquear alguna ola o la estela del Galatea que navegaba con viento fresco a buena marcha.

Para los recién embarcados la noche fue fatal ya que la mayoría andaban tirados por la cubierta o por el sollado sin siquiera abrir el coy para hacer la cama. Yo tuve la suerte de no marearme.
 A la mañana siguiente y como los nuevos aún seguían mareados, el segundo comandante dijo que ya se había terminado el mareo y que había que trabajar, yo como tenía ganas de ir conociendo el barco, me di una vuelta por cubierta y al pasar por delante de la cocina del mayordomo, el que hace la comida del comandante y tiene facultad de despachar algunas bebidas y bocadillos, me dijo Don Pedro el cocinero, que si quería ir para la cocina los nueve meses de embarque antes de entrar en la escuela.
Yo sin saber si era bueno o malo aquel destino le dije que si. A continuación bajé al sollado y un veterano me preguntó si ya tenia destino, le contesté que iba para la cocina del comandante, me contestó que había tenido la mejor suerte de todos, ya que además de comer de la misma comida del comandante me pagaban la ración que dejaba de comer en el rancho, así que pasé esos nueve meses de maravilla.
Tengo una anécdota muy curiosa que se puede leer en este mismo blog en   el apartado "Anécdotas del buque Galatea y su dotación".

José Criado Pérez
Eramos doce chavales de más o menos entre diecisiete y dieciocho años, los  que fuimos llegando casi a la misma hora a la Comandancia Militar de Marina de Melilla, previa cita que habíamos recibido. Algunos nos conocíamos y otros no, pero enseguida hicimos amistad y el día 2 de Enero de 1.953 a las diez de la noche, embarcamos en el vapor correo rumbo a Málaga, por cierto que aquella noche hizo muy mal tiempo y cogimos ya el primer "julepe" como bautismo.
El día 4 de Enero del mismo año ingresé en el Cuartel de Instrucción de San Fernando, por supuesto, en el cuartel de instrucción de marinería viejo, porque el nuevo aún estaba en construcción. En el que nos alojamos tenía unos barracones de madera con muchas tablas rotas por las que entraba el fresquito del mes de enero, unas literas que se caían, y más cosas que ahora no me detengo a contar, aquello parecía un presidio.
La verdad, es que todo era nuevo para mi pero en tono deprimente, aunque pensaba como los demás que después en los barcos sería mucho mejor.

Terminado el periodo de Instrucción, me destinaron a Ferrol del Caudillo, después de un largo e interminable viaje en un tren de madera, con sus correspondiente transbordos, embarqué en el Arsenal Militar.
Dos días después me dieron la orden de embarco para el Destructor "Ciscar" desde el  buque  veía el "Galatea" con esa planta y esa arboladura y me preguntaba ¿Como será cuando esté en ese barco, francamente no lo pisé hasta que transcurrieron los nueve meses y llegué con la orden de embarco en la mano para la Escuela de Maniobra.
Había oído hablar mucho del "Galatea", y cuando me vi a bordo, la impresión fue una mezcla de admiración y respeto al ver esos palos tan altos a los que había que subir, tantos amarres por todos los sitios, cabos, pastecas, motones, cabilleros y un largo etcétera, que hacían del velero un entramado imposible de comprender para mí, al menos en esos primeros pasos a bordo y con lo que poco a poco me fui familiarizando.
El "Galatea" estaba recién llegado del famoso viaje a Nueva York donde cogió un fuerte temporal, y cuando nos contaban los veteranos los detalles del viaje y  del temporal, pensaba que debió de ser impresionante. Yo sentía que iba a pasar por muchas situaciones nuevas y sorprendentes, porque todo era raro pero al mismo tiempo intrigante.

Después con el día a día, al ir aprendiendo la maniobra, con las primeras  clases y con la experiencia que te daba la salida a la mara la mar, me fui adaptando y ya todo lo veía más normal, después a la llegada a los puertos,  todo era muy bonito.
Poco a poco le fui cogiendo cariño al barco y hasta me sentía orgulloso de pertenecer a la Escuela, bueno en esos ánimos y recuerdos continúo, pues sigo orgulloso de haber navegado en él y haber tenido tantos compañeros y amigos con tantas vivencias y recuerdos que nos unen.
Después de rendir viaje, a los pocos días fui destinado al Crucero Méndez Nuñez, durante  cuatro años, y al finalizar este período de tiempo, embarco nuevamente en el "Galatea" para Curso de Cabo primero y tener la oportunidad de dar  el ultimo viaje que hizo como Buque Escuela "Galatea" que aunque ya lo sabíamos, decíamos, eso será por ahora, ya veras como después sigue navegando. No queríamos creerlo, pero así fue.

Terminado el curso me destinan al Crucero "Galicia" dos años. De nuevo embarco en el "Galatea" para realizar el  curso para Contramaestre. Ya el barco estaba de Pontón frente al Cuartel de Instrucción de El Ferrol, y claro ya no era lo mismo, siendo el mismo "Galatea" no era igual, no había movimiento en el barco, estaba como dormido, solamente las clases y nada más, faltaba el dinamismo de su dotación, y el movimiento vivo que siempre tuvo.

Manuel  Carrasco Rubio
La llegada al Galatea  tuvo lugar al terminar el periodo de instrucción en San Fernando, Cádiz, de la segunda convocatoria de especialistas de 1962. Embarcamos en aquellos trenes correo, que paraban en todas las estaciones de su recorrido y que su máquina arrastraba los vagones vomitando humo. Llegamos cansadísimos después de un viaje agotador  durante dos interminables  días haciendo transbordo en Madrid,  ciudad en la que hicimos  un descanso en el edificio del Ministerio de Marina  situado cerca de Correos, en la calle Montalbán en la Plaza de Cibeles.
Al llegar al Ferrol, antes era del Caudillo, el Galatea nos esperaba en el muelle del Arsenal Militar.
Para nosotros todo eran novedades, ver un buque de vela y vivir a bordo,  dormir en coys,  estivarlos por la mañana al levantarlos en las batayolas, comer distribuidos en ranchos, lavar  los platos con agua de mar, ver la televisión en el Cuartel de Instrucción de Marinería, hacer guardias militares  en Capitanía General,  y realizar algunas navegaciones  en el destructor Sánchez Barcaiztegui.

El comandante, que no pisaba la cubierta, o yo al menos no lo vi, era el capitán de navío D. Gabriel Pita da Veiga y Sanz, que a su vez era comandante del cuartel y después llegó a ser Ministro de Marina.
Pero en mi memoria destaco las veces, no recuerdo cuantas pues fueron muchas, las que nos hicieron sufrir “el Saludo a la Voz”, allá arriba en los palos, de pié sobre las vergas y guardando como buenamente podíamos el equilibrio, con el solo contacto de un fino quitamiedos y a muchos metros de altura, desde donde se veía el Galatea tan pequeño que no parecía real. Que miedo pasaba y no solo yo casi todos. Y nuestro galón como una gran V invertida en el brazo izquierdo, como aspirantes especialistas.


Francisco Armenteros Ventura
Os voy a contar mi primera experiencia en la Escuela de Maniobra, cuando el Galatea era Escuela-pontón. 
El primer día que llegué, aún no tenía colocada la ropa en la taquilla y ya me tocó guardia de cubierta, probablemente fuera uno de los peores días de mi vida, al menos así me pareció a mí en aquellos momentos, aunque con el paso del tiempo he podido comprobar que no fue para tanto. A primera hora de la mañana, me tocó achicar los botes, vestidito impecablemente de blanco, lloviendo y sin tener la más mínima idea de lo que tenía que hacer.  Me mandaron, junto a un compañero, coger un balde para hacer la tarea y, cuando por fin conseguí llegar al bote, a través del tangón, mi compañero me lanzó el balde aquel que pesaba una tonelada y, cuando llegó a mis heladas manos, fue directo al agua, hundiéndose irremediablemente, acojonado estuve todo el día esperando que en cualquier momento el cabo cubierta me preguntara por él.

Después de pasar mil y una fatigas, con ese agua de los botes que nunca se acababa, subo a cubierta y me mandan a por el rodo, con la nueva misión de achicar todos los charcos que se formaban en cubierta, que no eran pocos; empezaba en proa y, cuando llegaba al cuerpo de guardia, volvía a ponerse a llover y... otra vez a empezar. Al llegar la noche me tocó punto de guardia militar en el castillo; allí me encontraba yo solo, lloviendo, con un frío que pelaba, enfundado en un gabán con capucha, que pesaba más que el balde de antes, y pensando que, si pasaba algo raro allí, qué narices iba yo a hacer si no podía ni moverme...  

Cuando por fin me sacaron de allí, a las tantas, me voy a dormir al sollado-comedor, donde me dijeron que me buscara la vida; a oscuras cogí un coy de aquellos, que no había visto en mi vida, lo colgué de las cuadernas y, para meterme dentro, tuve que hacer de Pinito del Oro; tras varios intentos entré pero, cual es mi sorpresa, que aquello estaba más curvado que mi bisabuela y llegué a la conclusión de que había que engancharlo una cuaderna más allá, pero eso no era tan fácil, ¡el coy pesaba todavía más que el gabán! de manera que quité la colchoneta y enganché fácilmente la bolina. 

Pero... ahora ¿quién era el guapo que metía aquel muerto en la lona? lo intenté por activa y por pasiva, pero no había Dios; finalmente, y después de perder un kilo en sudor, lo conseguí y me pude introducir en aquella cosa dura, negra, curvada, sin sábanas y enemiga mía, y me dije: "macho, ¡por fin vas a dormir hoy! y entonces, otra sorpresa más, ¡aquello apretaba mis hombros, con mi propio peso, de tal manera que no podía ni respirar! ¡Dios mío, hoy no pego ojo! ¡menos mal que está todo el mundo durmiendo, porque si me ve alguien, llama a los demás y me hacen un corro!.
Al final tuve que dormir en el suelo, bueno, dormir es un decir porque, al poco rato, tocaron diana y entonces pude comprobar que los veteranos tenían dos palos atravesados en sus coys, ¡quién lo hubiera sabido antes!....  

La llegada al Galatea de un aprendiz de maniobra.
Bueno aquí os cuento una historia rescatada de un especialista de maniobra anónimo, como en su día pudo ser la de cualquiera de nosotros:

Me habían destinado al Buque Escuela “Galatea”, un Bricbarca de tres palos. Pero como está navegando, pasé la semana curioseando por el Arsenal de El Ferrol, y por el resto de la base naval, incluso estuve hablando con marineros veteranos y un señor muy amable que me dijo que no me preocupara, que con buena voluntad y paciencia el camino se andará y seguro que ascendería rápido.
Este señor debía de ser muy importante pues aunque estaba de paisano, todos los que pasaban lo saludaban muy marcialmente y lo miraban con mucho respeto. De todas maneras yo estaba muy ilusionado y lo que quería era ver mi barco, así que mucho no hable con él. Después me dijeron que se llamaba Ensenada o algo así... y llegó mi barco vaya si llegó.

Por la tarde vi movimiento por el arsenal, los marineros se dirigían al muelle en el que me dijeron que “atracaría” y que no aparcaría, como yo dije, y se mofaron de mi. Pobre peludo no sabes lo que te espera.
Y apareció por la “bocana” o entrada de la ría, otra palabreja para el zurrón digo “petate” me creo todavía que estoy en mi pueblo.
Se acercó al muelle, cada vez mas grande, con sus palos recogiendo o como decían "cazando" velas, empujado por los remolcadores, mas cerca, mas y de pronto... la guerra, descarga de fusiles, cuerdas finísimas con un peso en el extremo fueron disparadas al unísono, desde los extremos del buque en proa y popa , me asuste por el estampido y me cubrí la cabeza temiéndome lo peor, mi lepanto “gorro de marinero” rodó por el muelle y fue al agua.

Al mismo tiempo alguien me ordenó que ayudara con las “estachas” que son las amarras del barco, que los marineros amarradores ya estaban arrastrando hacia el muelle,. “Cobra seguido” me ordenaron y me quedé perplejo, un marinero me tiró de la manga, indicándome que le ayudará, empecé a cobrar con él “mano sobre mano” rápido al principio, más lento después cuando se acercó por fin la estacha y ésta empapada pesaba como un muerto, clavándose en mis tiernas manos de estudiante, la “guía lastrada” que los artilleros del barco habían disparado con anterioridad. 
Cobramos la estacha, animados por las voces e improperios que nos decían algo así como, cimarrones, gandules, haraganes y también algo sobre despellejar a alguien. Lo decía un señor barbudo y con cara y maneras de estar enfadado desde hacía años, el contramaestre.
 
En el momento en que la estacha chorreante de agua estuvo en tierra, el marinero veterano, se apoderó de ella, y la encapilló en el noray más próximo, que no era mas que un viejo cañón clavado boca abajo en el muelle a un par de metros del “cantil”.
En ese momento, el contramaestre, se desvaneció. Toda su atención estaba en la cubierta de proa “el castillo” y ordenaba, ¡toma vueltas¡, ¡vira seguido!, ¡aboza!, ¡a la bita!, al tiempo que empezaba a sonar una musiquilla, que llevaba varios días oyendo por los muelles, el “chifle” del contramaestre.
Su música me pareció, muy rara y disonante tan pronto era sorda y baja, como estridente y aflautada. Vaya galimatías pensé yo.

El barco ya estaba atracado, la pasarela, plancha o portalón, pues cada uno lo llamaba de diferente manera, ya estaba en tierra. Nos llamaron a formar a los de nuevo embarque, y allí fui yo bastante mojado, sudoroso y sin el “lepanto”.
Poco a poco el bullicio y el aparente desorden del atraque, se fue apaciguando y por fin subimos a bordo, pisamos el spardeck o cubierta de botes, saludamos a la bandera como nos habían enseñado. Yo sin lepanto incliné mi cabeza, en posición de firmes, mirando a la popa, como había visto hacer a algunas personas que de paisano o sin gorra lo habían hecho antes.

Al darme la vuelta vi la mirada inquisidora del contramaestre, nos tomaron nota y tras un breve papeleo, se me acercó un cabo con cara de muy pocos amigos, y me recriminó el estado de mi uniformidad y el permanecer en cubierta sin “la prenda de cabeza”. Preguntándome mi nombre me dijo que me apuntaba para un “baldeo”, mientras meneaba la cabeza y se dirigía al contramaestre, sonriendo ambos. Yo entendí que como soy novato baldeo sería pagar alguna ronda en la cantina de “balde”, o sea bebida gratis para los veteranos. Me encogí de hombros, pensando en no gastarme mucho dinero y esperé a mis compañeros.

Empecé a mirar el barco con una inmensa curiosidad, habíamos bajado por una escala a la cubierta principal, y estaba parado ante el “lío” de cuerdas mas grande que había visto en mi vida, el “propao” del palo mayor, alrededor de este palo había como una balaustrada de madera con unos remates de bronce en las esquinas, y en medio unos palos cortos que parecían cachiporras, como las de mis tebeos de mocedad, llamados “cabillas” en los que tomaban vueltas multitud de “cabos”. Se que son cabos por que, me explicaron que a bordo de los buques no hay mas cuerda que la del reloj y la que cuelga de badajo de la campana, que por cierto no es un cabo, sino una obra de artesanía hecha con unos cordones blancos en los que han hecho unos nudos imposibles, rabiza le llaman y a los nudos piñas y cajetas.

Ya estaba cayendo la tarde y en ese momento sonó por los altavoces, una orden seca, y potente “Galatea” a la bandera frente a popa ¡¡¡ presenten!!!. Todos los que estaban en cubierta se giraron al unísono hacia la bandera que ondeaba en el pico del mesana, y permanecían en el primer tiempo de saludo militar. Yo me puse firmes de nuevo, talones juntos, barriga dentro, pecho fuera, cabeza alta. sonaba el himno nacional, mi primer barco y mi primer arriado de bandera, más orgullo no cabía. Que felicidad, aún se me saltan las lagrimas al recordarlo...
Terminó el día, fuimos al sollado de proa, dormitorio, comedor, aula, pañol de armas portátiles, sala de juegos y esparcimiento todo en uno.

Se nos asignó una hamaca “coy”, viejísimo el mío. Me dijeron ya te harás uno nuevo, hacerlo quién ¿yo?, pero si no se hacer un nudo, y esto es una lona cosida, con hilo bramante, contesté.
Hilo de velas, me rectificaron y ya aprenderás, coserás tu coy, y las velas, y los toldos y las fundas de los motores y de los metales, harás vainas, ollaos, punto de espada, empalomar etc, ya te enseñara el maestro velero, pero eso será más tarde antes de ascender a cabo, de momento limpiaréis, limpiaréis y baldearéis.  Aquello sonó como un presagio.

Los coys fueron estibados en la batayola, unos encima de otros, en un extremo del sollado. Llamaron para cenar, los cabos de rancho empezaron a dar órdenes, del techo se descolgaron mesas grandes y bancos y en un santiamén el comedor estaba montado. Se abrieron taquillas, sacaron cubiertos vasos bandejas y unos peroles grandes con un asa para la comida que llamaban gavetas.
Me dieron una gaveta y me vi subiendo a cubierta y en la cola de la cocina, junto con otros grumetes y aprendices que son los marineros especialistas.

Con la cena volvimos al sollado, cada uno a su rancho respectivo, pidiendo permiso para servir el primer plato y para sentarnos. Se nos indicó servir con cuidado de no poner poca comida a los cabos de rancho, pero tampoco mucha para no quedarnos nosotros sin ella, vaya lío, esto si era cuadrar el circulo. La sopa casi no la pruebo, y cuando me las prometía muy felices dejando para mí el mejor filete, del segundo plato sonó la voz del cabo de rancho, apúntate un “baldeo” para que aprendas a servir mejor.


Esto del baldeo ya empezaba a preocuparme, lo mismo me gastaba en dos días lo poco que me habían dado en casa, para tener algo de dinero hasta el primer sueldo, pues ya me habían apuntado a dos baldeos. ¿Terminó la cena? Si apenas había empezado a comer el segundo plato, cuando se me ordeno servir la fruta de postre, y un instante después, se levantaba la concurrencia, se ordenó acabar pronto y que todos los peludos y aprendices se quedaran en el comedor para recoger las mesas, arranchar y limpiar el comedor. 
Cuando terminamos de limpiarlo todo y salimos a cubierta ya noche cerrada, nos quedaban pocas ganas de más, después de un rato de cambiar impresiones nos fuimos a dormir, montamos los coys en los ganchos del techo, y a ver quien es el guapo que se sube a un coy colgando de los “baos” que son las vigas en los barcos.
Lo intenté varias veces y al encajarme dentro e intentar meter la otra pierna me caía hacia el otro lado. No se como lo hice, bueno si lo sé, con la ayuda de una papelera metálica grande y pesada, una vieja jarra de artillería en desuso.

Tampoco se cuando me dormí, sería pronto, pero si se cuando me desperté, o mejor me despertaron, “peludo” tienes un baldeo, pero mi cabo si son las cuatro de la madrugada, contesté. Arriba a la órden de ¡ya!, sonó una voz atronadora, que reconocí como la del contramaestre.
En esos momentos pensé que la cantina a esa hora estaría cerrada y me ahorraría el dinero de la invitación y claro que me lo ahorré. Me levanté y listo para mi primer baldeo. 





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