Anécdotas del buque Galatea y su dotación



Debido a la popularidad de esta página que inicialmente estaba en el blog Relatos del Buque Escuela Galatea, y al gran número de visitas, se traslada a este blog, como una de sus entradas principales, aunque también permanecerá actualizada en su enclave original.

Todos sabemos   que cualquier barco tiene sus anécdotas,   muchas de ellas olvidadas con el paso del tiempo, otras sin embargo siguen vigentes y tan actuales como el primer día. Pues el Galatea no iba a ser menos y también tiene las suyas. Unas quizá inventadas y que se conocen como leyenda urbana, aunque por cierto, la mar no tiene nada de urbana y otras contadas por aquellos navegantes que aún las recuerdan.

Muchos puertos del mundo fueron visitados por este este precioso barco y en muchos de ellos, aún se guarda muy buen recuerdo de su estancia. Es así el caso de la ciudad canaria de Santa Cruz de La Palma, pero esto lo referiremos más adelante, haciendo mención a un historiador y buen estudioso de la isla y del Galatea, nos referimos a Juan Carlos Díaz Lorenzo, que personalmente me facilitó esta foto del Galatea, atracado en el muelle donde se ve a los marineros vestidos de blanco saliendo a visitar la ciudad.


Estaba anclado el "GALATEA" cuando no lejos de allí se declaró un incendio que hacía peligrar un buen número de casas; la tripulación no perdió el tiempo y acudió presurosa a ayudar a sofocar el fuego. La ciudad le quedó tan agradecida que, a partir de ese momento, cada vez que arribaba a su puerto, organizaba una gran fiesta, pero más adelante contamos más sobre estos sucesos.
Comencemos por un misterio o leyenda que tiene que ver con el bricbarca y es el siguiente.

Algunos misterios y leyendas urbanas.

Es el caso de aquellos tiempos en que navegaba con bandera rusa, aunque no conozco personalmete esa faceta del Galatea pues creo que es pura invención, Ocurrió que en un largo viaje, como así lo contaban los viejos marineros el siguiente luctuoso. El mar se volvió completamente de un tono rojizo. Minutos después una espectral aparición se empezó a desplazar por encima del agua hasta llegar al barco, donde, sin compasión, comenzó a degollar a la tripulación hombre por hombre. Solo sobrevivió un enorme y siniestro perro que se desvaneció por arte de magia ante la presencia de la dotación de otro buque que acudió en su ayuda.

No es de extrañar que al velero le rodeara cierto halo de misterio, por algo era de origen escocés, o al menos eso pensaron aquellos que, siendo ya español, no encontraron otra explicación que la existencia de un fantasma escocés a bordo para poder explicar por qué había tantos siniestros a bordo. Cuando menos se lo esperaban, en cualquier punto de la embarcación, se declaraba un pequeño incendio, era por lo tanto cosa de fantasmas, o si no qué podía ser. Pero aquellos sucesos, fueron motivo de pequeñas investigaciones, llegando a la acertada conclusión que los incendios los provocaba el lamentable estado de la instalación eléctrica. Tras las reparaciones oportunas el dichoso fantasma escocés pasó a vivir en el descanso eterno de la leyenda. 


El Galatea en Santa. Cruz de La Palma. Archivo J. C. Díaz Lorenzo

El Galatea en Santa Cruz de la Palma.
El 8 de julio de 1931, cuando Galatea se encontraba en el puerto de Santa Cruz de La Palma su tripulación participó en las labores de extinción del incendio de la sede de la sociedad La Investigadora, que por esa época estaba situada en el solar que después ocupó el Parador Nacional de Turismo.
El 18 de julio de 1936, el Galatea, con su comandante el capitán de fragata Fausto Escrigas Cruz, se encontraba en alta mar rumbo a Santa Cruz de La Palma. Había salido de Ferrol el 10 de julio con 24 guardiamarinas y 150 cabos y marineros aprendices de la Escuela de Maniobra.

El Galatea en Santa Cruz de la Palma

Los radiotelegrafistas del Galatea conocieron las vicisitudes del alzamiento militar a través de las emisiones de la Ciudad Lineal y de las otras unidades amotinadas contra sus mandos. En cambio en este buque, lo mismo que en el buque-escuela Juan Sebastián de Elcano, la selección del personal, necesaria a causa de las condiciones impuestas por las características y la función docente, sirvió de tamiz para eliminar elementos extremistas y muy pocos profesaban ideas marxistas.


El Galatea en Santa Cruz de la Palma 1.940

El día 22 de julio, el Galatea fondeó en el puerto de Santa Cruz de La Palma, aún no conquistada por los sublevados, negándose el comandante del buque a desembarcar una sección armada de marinería, solicitada por el subdelegado marítimo para afianzar la isla a favor del Gobierno. Poco después, el comandante Fausto Escrigas dio la orden de zarpar y el día 23 arribó a Santa Cruz de Tenerife, siendo recibido en el muelle por un despliegue de fuerzas del Ejército con su dotación de armas de campaña en previsión, de que el Galatea, como la mayor parte de los buques de la Armada, pudiera estar en manos de personal adverso al Alzamiento. Poco después de su arribada y en la misma línea de desconfianza, se retiraron del buque los cerrojos de fusil Máuser, los cierres de las ametralladoras y los cuatro cierres de los cañones instalados a bordo para rendir honores.

El buque-escuela Galatea permaneció en Santa Cruz de Tenerife hasta el 16 de agosto, cuando ya se fijaron, política y geográficamente, los escenarios del conflicto. Entonces recibió orden de proceder a Ferrol, arrumbando al Noroeste, a donde llegó después de doce días de navegación a motor y burlando el bloqueo de que era objeto por parte del destructor Churruca, con base en Málaga, que tenía órdenes de su captura o hundimiento.
El rumbo seguido por el Galatea fue bastante alejado de las costas portuguesas y españolas ,navegando unas 700 millas al oeste y recaló en Estaca de Vares, desde donde navegando con toda clase de precauciones y en medio de una intensa niebla “que le vino como regalo de Dios”, arribó a Ferrol, en donde fue recibido con un gran entusiasmo y repique de campanas.


Terminada la guerra civil española, el Galatea volvió a navegar, aunque en viajes cortos y en zonas muy restringidas, pues en septiembre de 1939 comenzó la Segunda Guerra Mundial y a poco que se navegara al N o NW, corría el peligro de entrar en zona de guerra. El casco del buque pintó en sus amuras la bandera de España, símbolo de la neutralidad de nuestro país.
Se puden leer detalladamente los hechos contados de primera mano, en cuatro fotografías de un texto que se ha puesto para vosotros en nuestro blog del Galatea. Está sacado de la obra "El crucero Baleares" 1936-1938, escrito por Jernoni F. Fullana, Eduardo Connolly y Daniel Cota. Este enlace os lleva directamente al lugar. Ir a fotos


El 16 de mayo de 1943, Santa Cruz de La Palma hizo entrega de la medalla de oro de la ciudad al Galatea y su alcalde, Rafael de la Barreda Díaz, manifestó en aquella ocasión que “queremos, pues, honrarnos –dice la crónica de Diario de Avisos-, vinculándonos así en vosotros a la gloriosa Marina de Guerra española, con toda la admiración y todo el devoto cariño con que La Palma, diminuta peña del Atlántico, vive gozando como suyas vuestras grandezas y sintiendo vuestros reveses, queremos que nuestra medalla de oro sea a bordo de vuestro buque el vocero constante que nos recuerde, llevando siempre nuestros mejores saludos y hablándoles a viva voz de nuestros debidos afectos”.

El escritor Miguel Delibes marinero voluntario en el Galatea.
En el año 1938, cerca ya de cumplir la mayoría de edad, Miguel Delibes se alista como voluntario en la Marina junto con otros amigos. Parece que la idea de alistarse ha surgido de Luis María Fernández, amigo de Delibes que luego morirá en el hundimiento del crucero Baleares. Embarca Miguel de nuevo ingreso en el Buque Escuela Galatea el 8 de febrero de 1938, en periodo de instrucción, velero ya viejo conocido de la Marina española. Allí recibe las enseñanzas fundamentales que son necesarias para todo marinero hasta que desembarca del Galatea para embarcar en el crucero Canarias el 27 de abril de 1938.

Miguel Delibes desembarca del Galatea

Así podemos leerlo en el libro matriz del Buque Escuela Galatea: “Desembarca y embarca en el Canarias a disposición del jefe del Bloqueo”.
El Canarias es uno de los cuatro cruceros (Cervera, Baleares, Canarias y Navarra) con los que cuenta entonces el bando nacional.
Cuando Delibes ingresa en el crucero Canarias le inscriben en la ficha de vicisitudes como estudiante de profesión y también como marinero voluntario. El número que tiene Delibes en el crucero es el 377 y sus compañeros de coy, que es donde duermen los marineros, son Vicente Presa y Pepe Franch. Todos los marineros nuevos pasan reconocimiento médico y vacunación. Al marinero voluntario Delibes enseguida le asignan como destino el puesto C, el antiaéreo, concretamente en la dirección de tiro. A través del tubo acústico, Delibes dará las órdenes de disparo.

Llega el día a día, las comidas en el sollado, las guardias, los paseos en tierra… No lleva Delibes un mes en el crucero, cuando el Canarias apresa al barco griego Ellinico-Vouono. Es el 19 de mayo. Una semana después sucederá lo mismo con el soviético Skvortsov Stepanov.
Desde enero de 1939 y durante los meses siguientes el crucero en el que presta servicio Miguel Delibes realiza incursiones junto con otros cruceros nacionales en las costas de Cataluña para interceptar el traslado de tropas entre Valencia y Barcelona.

El 12 de mayo se consigna el siguiente escrito en la ficha de vicisitudes del futuro escritor: “Empieza a disfrutar de licencia por haber sido seleccionado para su ingreso en la Escuela Naval Militar”. Carrera que no siguió.Con fecha 14 de enero del presente año 2013, TVE, acaba de sacar a la luz un reportaje sobre el escritor y el Galatea. A continuación se puede leer el texto y ver el video, siguiendo el enlace que se reseña a continuación: Ir a reportaje

Delibes perteneció a esa abnegada y sacrificada generación de la posguerra. Además, y por razones de edad, le tocó vivir ll guerra civil. En 1938 se alistó voluntario en la Marina que combatía contra la República.“Me horrorizaba la idea del cuerpo a cuerpo; la guerra en el mar era más despersonalizada; el blanco era un barco, un avión, nunca un hombre. Yo lo veía como un mal menor”, afirmó Delibes en TVE en 1987.

"El Galatea" primer destino"

Aquella corta experiencia, apenas veinte meses en Armada, formará parte de su bagaje personal y literario. Su primer destino,”El Galatea”, un barco mercante botado en Glasgow el 3 de diciembre de 1896 con el nombre de Glenlee y que España adquirió en 1922 para convertirlo en buque-escuela de la Marina. Delibes pasó veinte meses en la Marina franquista
Este velero centenario, que apareció en la película Raza (1941), tiene un blog perteneciente a Arminio Sánchez Mora, autor del libro "El buque escuela Galatea un guiño al pasado", recién publicado, y una próxima novela, Aleta de tiburón.
Delibes forma parte de su historia, junto con otros marinos como José Castrillón Mesa, Miguel Gómez Ruiz, Alberto Vera Meizoso y Arminio Sánchez Mora, todos nostálgicos del “Galatea", su barco.

El "peludo"Delibes
El 8 de febrero de 1983 Delibes embarcó en el Buque- Escuela "Galatea", con base en El Ferrol. Su presencia imponía, sobre todo para un joven tierra adentro , que se vería empequeñecido ante un palo mayor de 54 metros y 22 velas, con una superficie de 22.000 metros cuadrados.
Delibes era un “peludo” o novato, sin privilegios ante los veteranos. Dormía en el suelo en un cuarto común (sollado), que servía también de comedor. No tenía derecho a gancho para colgar su coy (hamaca). Dormiría poco ante el trabajo extenuante que le tocaba día a día. Además de las maniobras en los gavieros o juaneteros, tenía que baldear, cada dos o tres días, la cubierta, y enfrentarse a las temibles guardias, que eran tres de cuatro horas cada una: prima, media y alba, como en cualquier buque de guerra.

Carta de Delibes a su madre año 1938 
Querida madre: Hace ya dos semanas que embarcamos en el buque escuela Galatea  y aún no tuve tiempo de escribirte. Aquí, como decimos en jerga marinera, pasamos el día planeando. Diana a las seis, de noche todavía; ducha en cubierta, aunque hiele; desayuno ( café con leche y un chusco que has de estirar para las cuatro comidas del día ); baldeo con bruzas y lampazos, mientras otros abrillantan los dorados o limpian los retretes, los beques, como aquí le dicen.

A las diez, dos horas y media de instrucción, fusil al hombro, por la explanada del Arsenal. A la una comemos, de ordinario caldo gallego, lacón con grelos, o ropa vieja, y dos horas después vuelta a la faena.
Los ejercicios de tarde son más variados y distraídos: gimnasia, remo, señales, nudos, morse, jarcias.  Sólo un día y otro no, pelamos patatas. A las seis una de las dos brigadas, babor o estribor, la mitad de la dotación, sale de paseo.

La Sra. Jacoba, la lavandera, me lava y plancha la  ropa por poco dinero. En la próxima os enviaré dos fotografías: una en traje de faena, con el abisinio en la cabeza, y la otra de gala, con la lanilla, como llaman aquí a la marinera.
¿Sabéis que a Damasco y a mí nos dio la risa al vernos vestidos así el primer día y un oficial tuvo que llamarnos la atención ?.
Dime algo de papá. Pásale esta y dile que le recuerdo. Besos a las hermanas y a los tíos y para ti un abrazo muy fuerte.

Las "mascadas"
Y por si esto no fuera poco tuvo que acostumbrarse a las “mascadas”, el vómito continuo, provocado por el movimiento de la cubierta bajo su pies. Existían otros inconvenientes.
Invadidos por las ratas, las chinches, los piojos, las ladillas y las curianas.
“Estábamos invadidos por las ratas, las chinches, los piojos, las ladillas y las curianas", (cucaracha rubia de cafeteras) éstas abundaban sin ningún tipo de rubor. Había tantas, que solían invadir las taquillas. A esto, hay que añadir el frío, el calor, los vientos, el hambre, la falta de agua dulce para el aseo personal, y el trato despiadado e inhumano de nuestros mandos”. Quien así habla es Ggerardo Ureña Massa, marino como Delibes, pero que navegó en “El Galatea”, pero en los años cincuenta. Fue el héroe en la riada de Valencia de 1957.

"Hombres arriba y abajo"
No conocemos cómo fue el bautismo de mar de Delibes. Tenemos, en cambio, el testimonio de un marinero de segunda, Gabriel Antonio Concepción, de La Palma, que pasó por “El Galatea” en 1941. Era voluntario como Delibes,. Hoy, a sus 90 años, sigue recordando aquella experiencia.. La Marina era por aquel entonces mucho más dura que la Legión. Realizábamos las maniobras descalzos, y con ropa de faena, es decir, que consistía en una camisa y un pantalón corto.
Por la mañana muy temprano formábamos en cubierta. Algunos compañeros no podían más, y se desmayaban exhaustos. Recuerdo perfectamente aquel frío intenso, y cómo nuestro “Galatea” cabeceaba de babor y estribor. No he olvidado cómo se abrían los pies, y cómo en la cubierta quedaba marcado un hilillo de sangre, cuando formábamos”.

La Marina es más dura que la Legión
No había arnés ni otra medida de seguridad. Sólo una navaja bien dispuesta al cinto. Así trabajaban aquellos marinos de hierro, algunos, unos niños.“Yo no era muy alto, pero sí muy delgado y espigado”, nos sigue contando don Gabriel.” Era juanetero, a más de 30 metros de altura. No he olvidado las órdenes del contramaestre: ”Gavieros y juaneteros, al pie de la jarcia, hombres, arriba y abajo”. Y todos, sin dudarlo, cumplíamos la misión asignada en el puesto que nos correspondía. “Gavieros y juaneteros, al pie de la jarcia, que por 5 duros y un chaquetón, un (marinero) nuevo”. Un chaquetón y cinco duros es lo que valía la vida de un marino en aquel entonces.

En en crucero "Canarias"
El 27 de abril de 1938 a Delibes les destinan al crucero “Canarias”, con base en Palma, que formaba parte de la llamada flota de bloqueo, que tenía por misión cortar los suministros que llegaban por el Mediterráneo a la España republicana. A Delibes le destinaron a las baterías antiaéreas. Su número, el A377, es el mismo que llegará a tener el protagonista de “Madera de héroe” Gervasio García de La Lastra.
La suerte o el destino le fue favorable. Su amigo, Luis María Fernández, que tanto influyó para alistarse en la Marina, le tocó ir al “Baleares”, donde encontraría la muerte.

Condecorado
En la conmemoración del primer 18 de julio, se le concedió a Miguel Delibes la medalla de Campaña y la Cruz Roja por los servicios prestados. En mayo, unos meses antes de acabar la guerra civil, Delibes fue seleccionado para cursar en la Escuela Naval, carrera que no siguió. No tenía vocación. El día 31 de octubre de 1939 fue licenciado, regresando a Valladolid, su ciudad natal.
Fue condecorado y propuesto para oficial
Ingresó en la Escuela de Comercio. Tras finalizar esta carrera, inició la de Derecho y se matriculó en la Escuela de Artes y Oficios. En 1941 fue contratado como Caricaturista en El Norte de Castilla, donde se publicó primer artículo “El deporte de la caza mayor”. Delibes tenía 21 años.

El regreo al "Galatea"
En los años 70 Delibes es ya un escritor reconocido. Estaba de moda y era de buen tono leer sus obras. Por aquellos años, su hija Elisa recuerda todavía un viaje con sus padres y hermanos por el norte de España. Llegaron al Ferrol, donde estaba atracado como un pontón “El Buque Escuela Galatea”.
Delibes quiso ver el barco, y logró subir hasta la cubierta. Podemos imaginarnos la escena. Delibes se quedó en silencio, absorto con los recuerdos que le traían aquel barco de su adolescencia. Un momento que sus hijos y su mujer supieron respetar sin duda.

La Guerra Civil, coflicto generacional
Penas y alegrías se cruzarían en su camino los setenta. En 1975, leyó su discurso como académico de la Española,” El sentido del progreso desde mi obra”. En 1974 moría su mujer Ángeles de Castro, una pena de la que no se recuperaría.
Y en el trasfondo, la guerra civil, que marcó a todos los de su generación. "Yo lo que he tratado de hacer ha sido presentarla como la típica guerra fratricida: el drama de Caín y Abel".

Los "muñones del alma"
En 1987 se presentó su primer novela larga, Madera de héroe,, Es su obra más autobiográfica. En TVE aclaró que no pretendía hacer una novela sobre la Guerra civil, sino la crónica de unos personajes que se ven envueltos en ella.
"Si fuera posible hacer un estudio médico de las personas que participamos en aquella terrible guerra, resultaría que los mutilados psíquicos somos bastantes más que los mutilados físicos que airean sus muñones". Así lo afirmó en TVE.

La guerra dejó más mutilados psíquicos que físicos
Delibes ignoraba el triste final de “El Galatea”, el barco en el que pasó su mili. Se encontraba en Sevilla, a la espera de ser convertido en centro de comunicaciones de la Expo, un proyecto que nunca se realizó. El velero histórico, que bordeó en 16 ocasiones el Cabo de Hornos, "el infierno" de los marinos, quedó como una chatarra inservible y alojamiento de los sin techo. El barco que superó dos guerras mundiales y la contienda civil española sucumbía sin remedio por la desidia hasta que la Armada decidió reflotarlo y subastarlo.
En 1992 lo compró la localidad de Glasgow en pública subasta por 40.000 euros, reunidos mediante suscripción popular. Róterdam fue hasta final un duro rival para hacerse con este histórico velero.

EL "Galatea", al final del camino
En 2006 los Reyes visitaron en su domicilio de Valladolid a Miguel Delibes, Charlaron durante media hora de los nietos, la caza y los libros. El escritor estaba muy enfermo por un cáncer de colón que le diagnosticaron en 1998, el año en el que terminaron los trabajos de restauración del “Galatea” en Glasgow.
En 2008 Delibes recibió una carta inesperada de un marino del “Galatea”. Se llamaba Jesús Aguirre González, y era de la misma quinta de Delibes. Y en su carta le preguntaba si alguna vez coincidieron en el duro bregar de la mar. Y le daba pistas, por si el nombre no le decía nada. “En el Galatea tenía el número 202, y estaba en el rancho con el cabo Otero, un marinero bastante mayor que tenía un hijo en el mismo rancho de nuestra edad (18 años)”.

Hace 70 años de aquella lucha fatal
Delibes contesta en el mismo una respuesta apresurada, rápida, y con un ligero temblor. “Yo estuve un año en “El Canarias”, pero apenas recuerdo el nombre de los compañeros más afines. Lo siento. En todo caso hace ya 70 años de aquella lucha fatal. Un saludo afectuoso”. Fue uno de sus últimos escritos

El velero
Dos años después, el día 12 de marzo de 2010, a los 89 años, moriría Delibes, tal vez para emprender otras rutas, otras navegaciones por el mar de la eternidad. Su “Galatea”, bautizado como "Glenlee”, permanecía ya definitivamente amarrado en Glasgow, convertido en museo flotante

y sin un recuerdo del paso de Delibes. Es para los escoceses y los turistas “El velero”, “The Tall Ship", pues no hay otro igual.

Delibes, marinero en tierra ferrolana

En «Madera de héroe», su novela más autobiográfica, el escritor relata su paso en 1938 por el Arsenal, donde hizo la instrucción a bordo del buque-escuela «Galatea»
Castilla es ancha, pero no lo es todo en la literatura de Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010). En su narrativa también se cuelan, aunque sea de refilón, otros paisajes, otras gentes: la Extremadura de Los santos inocentes , por supuesto. Pero también Galicia. Ferrol, para más señas.

La conexión gallega de Delibes es doble: biográfica y literaria. A principios de 1938, el futuro escritor y un grupo de amigos vallisoletanos, impulsados por un juvenil ardor guerrero, se alistan voluntarios en la Armada para unirse a las tropas franquistas en la guerra civil. De la capital castellana, Delibes, con tan solo 17 años, parte a Ferrol, donde tiene que hacer un período de instrucción de unas semanas a bordo del buque-escuela Galatea , que permanece amarrado en los muelles del Arsenal, antes de embarcar en el que será su destino definitivo hasta el remate de la contienda: el crucero Canarias.

Este episodio real se plasma casi milimétricamente en treinta páginas de Madera de héroe (1987), la voluminosa novela en la que Delibes narra con crudeza su experiencia en la guerra civil. Ramón García Domínguez, biógrafo de Delibes y director de la edición de sus Obras Completas (Galaxia Gutenberg-Destino), subraya que Madera de héroe es sin duda su novela más autobiográfica. «En muchas de sus obras hay conexiones entre novela y biografía, pero en esta es en la que más hay de su propia vida.

De hecho, originalmente se titulaba 377A, Madera de héroe , con el número y la letra que identifican al protagonista en el buque-escuela y que era precisamente el mismo código que tuvo Delibes en la Armada.
En las siguientes reediciones, el autor, dotado de un enorme sentido común, decidió prescindir de ese número porque decía que complicaba mucho los pedidos en las librerías», apunta el especialista.

Llegada en tren a Galicia
El protagonista del relato, y álter ego del escritor, se llama Gervasio García de la Lastra y así relata Delibes su llegada en tren a Galicia desde tierras castellanas: «Gervasio se volvió hacia la ventanilla, limpió el vaho del cristal con la bocamanga y a través del hueco transparente descubrió que las tierras llanas, pardas y áridas, del exterior, se habían transmutado en onduladas praderas parceladas, y el alto y sereno cielo azul en un pesado toldo gris, próximo y plomizo.
Una lluvia delgadísima azotaba los cristales, mullía la tierra, mientras los pliegues verdes cubiertos de brezos y helechos se iban empinando hasta convertirse en montañas, que el convoy perforaba audazmente a través de fragorosos túneles».
Durante las semanas de instrucción, García de la Lastra tropieza repetidas veces con el reglamento y apenas pisa la calle.
En la primera salida deambula por Ferrol, en medio de bromas constantes con sus compañeros, hasta que en la calle Real, «atestada de marineros, grupos de muchachas cogidas del brazo y maduros matrimonios con niños de corta edad», el revoltoso grupo se topa con un coronel de Intervención «siempre dispuesto al apostolado castrense» que pone fin a sus andanzas.
En su segundo permiso, los amigos se encargan de llevarlo de paseo por el tablero del Ferrol de la Ilustración. «Gervasio, sin apenas darse cuenta se vio libre (recorriendo a grandes trancos el adoquinado del muelle, rodeando los diques secos, el Arsenal, franqueando, al fin, la gran verja ante los ojos indiferentes del centinela) como un niño de vacaciones».

Liberados, los marineros recorren «la mayor parte de la ciudad», incluida una visita a casa de la lavandera «en el barrio alto» y a la entonces llamada plaza de Deschamps. Allí reciben la noticia del hundimiento del crucero Baleares , en el que muere su amigo Tato Delgado. Su nombre real es Luis María Fernández y a él, «cuya tumba está en el mar», dedica el autor la novela.
Era el 28 de febrero de 1938. Unos días después, Delibes zarpa en el Canarias ( Don Juan de Austria en el libro), el crucero con base en Palma de Mallorca en el que pasará el resto de la guerra. Como Gervasio, se convierte en un número y un destino: 377 A.


El escritor Pérez Reverte
El Galatea y las monjas de Puerto Rico.
Cuando el Galatea largaba amarras de San Juan de Puerto Rico, las monjitas madrileñas que allí residían saludaban al velero con entusiasmo, agitando la bandera de España. Se puede leer en el relato de Aleta de tiburón (a bordo del Galatea) como esas religiosas al despedir al buque, corrían hasta el final del muelle, diciendo adiós a un trocito de su país natal que poco a poco se alejaba hasta perderse en el horizonte.

La historia de las monjas y la bandera, con un comentario de Pérez Reverte.

La bandera española sigue ondeando en Puerto Rico.
La historia cuenta como un hombre de origen gallego recibió al marinero español en la orilla y le juró entregar la bandera a quien mejor pudiera custodiarla. Escogió a ocho mujeres, todas de origen español, que habían dejado su tierra para atender a pobres enfermos y desvalidos. Eran religiosas y pertenecía la compañía de las Siervas de María.

Hoy en día las religiosas conservan con orgullo y agrado la tradición. Sor Maximina, Sor Luisa, Sor Virtudes, Sor Prudencia y Sor Dolores son las cinco siervas de María, españolas del hospital de San Juan de Puerto Rico. Desde hace más de dos siglos conservan orgullosas la tradición de hacer ondear la bandera de España cada vez que un buque compatriota visita la isla caribeña.
Cuentan que las tripulaciones de los barcos españoles siempre responden a su gesto ondeando, a su vez, la enseña nacional, como continuación de una costumbre que, según cuentan, se remonta a poco después de 1898, cuando Puerto Rico dejó de ser colonia española tras perder la Guerra Hispanoamericana.

Las monjas de esta congregación de origen español son informadas por el Consulado de España en la isla de la llegada de los barcos de ese país, de los que conservan dedicatorias de sus capitanes como testimonio de una tradición que, a pesar de los años, se mantiene en este convento sanjuanero, vecino de "La Fortaleza", la residencia de los gobernadores de Puerto Rico.

Las hermanas son conocidas, además de por mantener esta tradición, por continuar la labor de entrega a los más necesitados que la congregación madrileña de Siervas de María defiende hace más de un siglo.
Las veinticuatro hermanas que residen en este convento, todas enfermeras tituladas, además de ayudar a los enfermos que no tienen dónde recuperarse, visitan casas particulares y hospitales para dar asistencia a personas que no pueden valerse por sí mismas y carecen de apoyo familiar.

La historia de las monjas y la bandera (Arturo Pérez-Reverte)
Hace algunos años, en el canal de entrada de San Juan de Puerto Rico, frente a los castillos del Morro y San Cristóbal, me llamó la atención una enorme bandera española que alguien ondeaba en un edificio blanco próximo a la embocadura.
"Son las monjas", dijo quien me acompañaba, que era mi amigo y editor en Puerto Rico Miguel Tapia. "Y eso es que está entrando un barco español." No hablamos más en ese momento, pues estábamos ocupados en otras cosas; pero lo de la bandera y las monjas me picó la curiosidad. Así que después procuré enterarme bien del asunto, que resultó ser una bella historia de lealtades y nostalgias. Algo que realmente comenzó hace más de un siglo, el 16 de julio de 1898.

Aquel fue el año del desastre. Trece días antes, la escuadra del almirante Cervera, que había salido a combatir sin esperanza en el combate más estúpido y heroico de nuestra historia, había sido aniquilada en Santiago de Cuba por el abrumador poder naval norteamericano.
Los buques de guerra yanquis bloqueaban la isla de Puerto Rico, impidiendo la llegada de refuerzos y suministros a las tropas cercadas. En esas circunstancias, el Antonio López, un moderno y rápido buque mercante que había salido de Cádiz con armas y pertrechos para la guarnición, recibió un telegrama con el texto: "Es Que Usted Haga Llegar Preciso El Cargamento Un Puerto Rico Aunque Sí Pierda El Barco".
Veterano, disciplinado, profesional, con los aparejos en su sitio, el capitán del Antonio López, que se llamaba don Ginés Carreras, intentó burlar el bloqueo estadounidense. No lo consiguió.

El 28 de junio, cuando navegando sin luces y pegado a la costa intentaba entrar en San Juan, fue localizado por el USS Yosemite, que lo cañoneó. El capitán Carreras logró escapar a medias, varando el barco en Ensenada Honda, cerca de la playa de Socorro, desde donde en los días siguientes intentó llevar a tierra cuanto podía salvarse del cargamento. Pero dos semanas más tarde, el USS New Orleans se acercó para dar el golpe de gracia, destrozándolo a cañonazos.
Fue entonces cuando se tejió la historia que les cuento. Bajo el bombardeo, un tripulante del Antonio López, que se había atado la bandera del barco a la cintura antes de echarse al agua para intentar ganar tierra a nado, llegó gravemente herido a la orilla. Nunca pudo averiguarse su nombre, pues murió en brazos de un puertorriqueño de los que acudieron a ayudar a los náufragos.

"Que no la agarren", suplicó el marinero mientras moría, señalando la bandera. Y el puertorriqueño cumplió su palabra, quizá porque se llamaba Rocaforte y era de padres gallegos. Hombre supersticioso o religioso, y en cualquier caso hombre de bien, por no incumplir la demanda de un moribundo, la guardó en su casa durante años. Y al fin, un día, pensó en las monjas.
Eran españolas, de las Siervas de María, instaladas en la isla desde 1897. Atendían un hospital junto a la boca del puerto, y permanecieron allí después de la salida de España y la descarada apropiación de la isla por los Estados Unidos. Acabada la guerra, las hermanas, con la natural nostalgia, adoptaron la costumbre de saludar desde la galería del hospital, agitando sus pañuelos, cada vez que un barco de su lejana patria entraba o salía en el puerto.

Eso dio a Rocaforte la idea de confiarles la bandera. Se presentó en el hospital, contó la historia a la madre superiora, y le entregó la enseña. Y desde entonces, cuando entraba o salía de San Juan un barco español, las monjas hacían ondear en la galería, en vez de pañuelos, la vieja bandera del barco perdido.
Todavía lo hacen, un siglo después. De las veintisiete monjas que atienden hoy el hospital de las Siervas de María, ya sólo cinco son compatriotas nuestras. Pero cada vez que un barco español pasa frente al hospital, navegando lentamente por la canal de boyas, su capitán cumple el viejo ritual de dar tres toques de sirena y hacer ondear la bandera en respuesta al saludo de las monjas, que desde la galería agitan la suya.
De haberlo sabido, aquel anónimo marinero del Antonio López que hace ciento doce años se arrojó al mar, intentando ganar la playa bajo el fuego norteamericano con la enseña de su barco atada a la cintura, estaría satisfecho.

El cabo segundo del Galatea Gerardo Ureña Massa
Riada de Valencia del 14 de octubre de 1957
Era domingo, la fragata Sarmiento de Gamboa estaba en Valencia. Llevábamos a bordo al almirante del Departamento de Cartagena, al día siguiente lunes, salíamos con rumbo a Alicante.
Yo ese día tenía guardia, pero Valdez, cabo segundo de maniobras, me hizo la guardia para que pudiese estar con mi familia en Valencia. Valdez me dijo "yo te hago la guardia de día, pero la noche te la haces tú. Convenido y agradecido.
Serían las diez o las once de la noche, cuando llegué al barco, mis padres me acompañaron, me despedí de ellos al pie del portalón y pasé a bordo.



Estaba de cabo cubierta, di las vueltas de rigor y pude comprobar que todo estaba en calma, el oficial de guardia descansaba y todo era calma total, en cubierta solamente estaba yo, pues el centinela estaba en tierra. Bajo al sollado de proa, hablo con el cuartelero y empiezo a escuchar unos raros ruidos que no sabía de donde y porqué. Subo a cubierta rápidamente y me dio el tiempo justo de meter al centinela a bordo, cuando me dispuse a avisar al oficial de guardia. Este ya bajaba a popa con el segundo comandante.
No sabíamos que estaba pasando, lo bien cierto es que de tierra estábamos recibiendo una tremenda cantidad de agua. Me ordenan que llame al contramaestre de cargo. Lo llamo. Que despierte a la brigada de guardia, la despierto.

Reforzamos amarras, pues las cataratas de agua que llegaban de tierra estaban jugando con el barco. A las cuatro de la madrugada me relevan y me voy adescansar un poco.
Al amanecer el espectáculo era dantesco, el Sarmiento de Gamboa estaba rodeado de cadáveres flotantes. Arriamos dos botes y los cabos primeros Gálvez y Valdez se dedicaron a recogerlos y depositarlos en tierra, estábamos incomunicados, nadie sabía que pasaba, todo eran preguntas sin respuesta.
A las diez de la mañana hablo con el segundo y le pido permiso para ir a mi casa, no sabía que les podia haber pasado a mis padres, esta incertidumbre me podía.
El segundo comandante era D. Eduardo de Velasco Gómez, y me dice, "te puede parecer muy cruel pero no puedo darte permiso, pues no sabemos que esta pasando".
A media mañana me llama el segundo y me pregunta, ¿tú conoces el camino que hay de aqui a la Comandancia de Marina?, "como la palma de la mano mi segundo". "Prepárate que vas a salir con el teniente de navío López Serón, el cabo Valdez y seis marineros voluntarios para intentar llegar a la Comandancia.



Todos amarrados con el mismo cabo y con el agua hasta el cuello partimos para la Comandancia. Cuando llegamos, aquello parecía un hospital, frente a la Comandancia estaba el economato de Marina. Nuestro oficial nos dice que le sigamos, entramos en el economato y nos encontramos a un teniente de navío de la reserva, un teniente de la guardia civil y dos números, éstos pretendían llevarse todos los víveres y se los estaban repartiendo. Al notar nuestra presencia se dirige al oficial del buque que iba conmigo, y le pregunta, "tú que quieres".
Mi oficial le contesta, "que salgan todos los números de la guardia civil, que se quede sólamente el teniente y que dejen aquí todos los víveres".
El otro le replica, "yo hablo en nombre del comandante de la Comandancia", mi oficial "y yo en nombre del almirante del Departamento", el otro traga saliva y calla. Mi oficial le dice, "traigo dos cabos y seis marineros, la Comandancia esta llena de gente que también tiene necesidades de ser atendidos".
Mi oficial habla con el teniente de la guardia civil y pronto se ponen de acuerdo, víveres para la guardia civil y sus familias, si, pero también para todos los refugiados en la Comandancia. Mientras nosotros atendíamos a todos los necesitados, Valdez se comunicaba con el barco a través del código de banderas desde la terraza de la Comandancia.

A las cuatro de la tarde vino una segunda riada, impresionante. La Escuadra estaba de maniobras en Santa Pola y a las diez de la noche ya estaba en Valencia el Cervera y varias unidades más de nuestra Marina. El segundo me dice, "ahora puedes aprovechar , pues un oficial tratará de entrar en Valencia con un camión y que te dejen en casa. Dicho y hecho, me subí al camión y éste me dejó en la misma puerta de mi casa. Como no había luz, tuve que silbar, mi padre bajó a abrirme con un cirio en la mano, veo que todos están bien y respiro tranquilo.
El Sarmiento de Gamboa fue el primer barco de nuestra Marina que prestó servicio y socorrió en la riada del 57. Yo estaba recién salido del Galatea, a Valdez y a seis marineros más los condecoraron, se lo merecieron, sin ninguna duda.
Seis días estuvimos en Valencia, al final de estos seis días, a los valencianos nos dieron 15 días de permiso.

Entorno familiar.
Gerardo Ureña Massa, nos impresiona con el siguiente relato:
Quiero aportar mi granito de arena a las preguntas que hace un anónimo. Con fecha 9 de Octubre, Arminio, primero y luego Miguel, lo relatan inmejorablemente, pero yo quisiera apostillar mi comentario, si me lo permitís.
José Mª. Castrillón, Miguel Gómez y el que suscribe, pertenecemos a las generaciones de "Los niños más baratos". La sociedad española tiene una deuda con los niños nacidos entre 1931 y 1939. El desarrollo de los años 60 fué debido en gran parte a aquellos niños. El Ministerio de Educación también está en deuda con los autodidactas, niños que empezamos a trabajar con 12 y 13 años (en algunos casos, con menos años) y no pudimos ir a la escuela.

Somos los niños que más baratos le hemos salido al Estado español, nosotros no tuvimos becas ni ayudas de ningún tipo. Y con todo ese "bagaje" cultural sacamos a España de la ruina que nos dejó la Guerra Civil.
En el verano de 1944, mis padres y dos de mis hermanos menores, llegamos a Alicante, ciudad en la que vivimos realquilados durante dos años en la calle Capitán Segarra, 37. Yo aún no había cumplido los ocho años de edad. El hambre y las miserias que padecimos mi familia, es difícil describir.

Recuerdo en más de una ocasión, recoger pieles de plátano del suelo, para rebañar lo blanco, lo amarillo es incomestible. Mi padre guardaba sus colillas para seguir fumando. Había colilleros profesionales que se ganaban la vida recogiendo colillas, colillas que más tarde deshacían para su posterior venta a las salidas de las fábricas, y que mostraban en papeles de periódico, al tiempo que voceaban la excelente calidad de su producto. Todo esto y mucho más, quedó grabado a fuego en mi mente.
En el bajo de casa había un bar que por 25 céntimos me daba una mesura de posos de café, café o lo que fuese. Mi madre lo volvía a cocer y con un poco de leche y unas sopas, cenábamos mis hermanos y yo, mis padres se acostaron muchas noches sin cenar. Mi madre tuvo ocho hijos, y yo soy el mayor, mi familia se ha comido todas las ruinas de este País, que fueron muchas.


Cuando tenía casi siete años, yo vivía en la casa de mis abuelos maternos, es decir, en Ferrol-Viejo. Mi padre estuvo un tiempo en cautiverio, en la cárcel de Carranza. Mi madre me mandaba todos los días, con una tartera a llevarle la comida, comida que yo le entregaba al empleado de prisiones y, me regresaba a casa con la del día anterior.
Cogía el tranvía en el puerto de Ferrol, y me apeaba en la Puerta Nueva (hoy Plaza de España), recorría unos 800 metros y allí estaba la cárcel. Una vez a la semana, el empleado de prisiones me entregaba la ropa sucia de mi padre, ropa que yo entregaba a mi madre para su lavado. Lo recuerdo como si fuera ahora mismo.

Al regresar a casa y durante el trayecto, me sentaba en el tranvía e iba oliendo la ropa sucia de mi padre. Esto me producía un volcán de sensaciones, todas ellas agradables, aunque tristes y penosas; me parecía estar tocando a mi padre, olerlo y disfrutarlo, sintiéndome un poco más feliz. Mi padre fué un enamorado de su Infantería de Marina, a la que dedicó 17 años de su vida, llegando a alcanzar el grado de alférez, hizo la guerra en el bando nacional, estuvo destinado en Asturias, desde San Juan de la Arena hasta Ribadesella. Tuvo grandes enfrentamientos con su teniente coronel y, este se encargó de separarlo del cuerpo.


 En los años 53 vivíamos en la Malvarrosa. Nos desahuciaron por falta de pago, y tuvimos que dormir tres noches en la playa. Papá le había escrito al Caudillo con anterioridad, y por respuesta a su carta recibimos la visita de una pareja de la Guardia Civil. El clima de la casa se podía cortar con cuchillo. Cuando llegó mi padre, la guardia civil le estaba esperando.
¿Es usted Gerardo Ureña?, papá responde, "sí yo soy", "tiene que acompañarnos al cuartel", le dice uno de los guardias. Mi padre, con unos nervios de acero, introduce su mano derecha en uno de los bolsillos de su chaqueta y, saca su petaca, en el cuenco de su mano izquierda deja caer el suficiente tabaco para liar un pitillo, a continuación toma su librillo de papel de fumar “Abadie”, lo lía con temple digno de elogio, humedece con su lengua la parte engomada, cierra el cigarrillo, lo pone entre sus labios, con su mechero lo enciende y les dice a los guardias, "cuando ustedes quieran".

Yo era el único de mis hermanos que había leído la carta a Franco, era durísima, pero real como la vida misma. Mi madre lloraba y los más chiquitos de mis hermanos lloraban con mamá. Tres horas más tarde, mi padre regresó, aquello fué una explosión de júbilo. Papá dijo que el comandante del cuartel había recibido instrucciones de su Excelencia para solucionarle el problema.
El desahucio llegó, nadie había movido un solo dedo. A principios de Septiembre recibimos un comunicado de gobierno civil que decía lo siguiente:

Gobierno civil de la provincia de Valencia, secretaría general. Negociado A. y V. número 1243.
A los efectos oportunos y como contestación al escrito que el 10 de Julio del presente año dirigió usted a S.E. el jefe del Estado, en el que exponía la situación en que se encuentra, pongo en su conocimiento que a la mayor brevedad posible se realizarán gestiones por este Gobierno Civil, para que por el Excmo. Ayuntamiento de Valencia, se le facilite una vivienda de renta económica, así como el facilitarle un empleo que pueda contribuir al sostenimiento de sus cargas familiares.

Dios guarde a Vd. muchos años
Valencia 29 de Agosto de 1953
El Gobernador Civil Intº
firma ilegible

Sr. D. Gerardo Ureña Sellés.- Hospedería "Mar del Plata" Playa de La Malvarrosa. Ciudad
Nota: Este comunicado obra en mi poder, sellado y firmado.

El 30 de Agosto de 1953 recibimos este comunicado de Gobierno Civil. El resultado final fué el siguiente. Conseguimos una vivienda de alquiler gracias a mi tía Segunda, y a unos amigos de mis padres que nos dejaron el dinero. Del empleo digno, nunca más se supo.

El 30 de Diciembre de 1954 ingresé en el cuartel de marinería de Ferrol, como marinero voluntario, buscando una salida a mi vida, pues el tema pintaba negro. Quiero, señor anónimo, decirle que por aquellos tiempos, hacía pocas fechas que conocía los calzoncillos. Las cartillas de racionamiento, duraron hasta el año 52/53.

Gracias a nosotros, ustedes han vivido una época sin privaciones, y disfrutando de un bien que nosotros no tuvimos. En cuanto a la dureza y penalidades vividas en El Galatea, eso es algo que hay que vivirlo para saberlo. Se pueden contar en un libro, se pueden escribir en un blog, se pueden anotar en unas cuartillas, pero jamás serán fiel reflejo de la realidad.

Las impresiones que yo tuve al llegar al cuartel, y mi lucha diaria en ese período, ya quedaron publicadas en este blog por el que suscribe.
Durante los cuatro años de permanencia en la Armada Española, siempre llevé con altísimo orgullo el uniforme, mi bandera y mi Patria.
Patria, a la que sigo queriendo más que a mi propio ser, y por la que estoy dispuesto mientras me quede un halo de vida, defender sin reservas, sin traiciones, con mucho amor y más generosidad.

Licenciado de la Armada. Relato de Gerardo Ureña Massa.

Cuando yo me licencié de la Marina española, era un 30 de Diciembre de l958. Ese día para mí y para otros, tocaron la tan ansiada Diana Floreada. El que suscribe desembarcó de la Fragata Sarmiento de Gamboa, con pasaporte a Valencia.
Ya comenté en este blog, y en otra anterior ocasión, que mi intención era embarcar en la mercante; me ennovié con la que hoy es mi mujer y ese proyecto quedó aparcado.


Encontré un empleo de cocinero en el restaurante Tres Cepas. No tenía ni idea de cocina. Esta aventura duró dos años. Me ofrecieron un trabajo que me permitía tener fiesta los Domingos, y dedicarlo a poder estar con mi novia. Entré de dependiente en un tostadero de café, del que tampoco tenía nociones. Aprendí rápido. La Empresa crecía y aquel local se quedó pequeño. Nos trasladamos a otro bajo mucho más grande, y los jefes decidieron que yo me quedara en este, no quisieron cerrar lo que ya tenía una buena clientela. Pasé a tener la responsabilidad del negocio, me dejaron dos jovencitas mujeres y me hicieron entrega de las llaves.

Un día, para mi feliz, aparece por la tienda un Marinero español con su saco acuestas, dispuesto a comprar un paquete de café. Este Marinero esperaba el tren que le llevaría a su Murcia querida (mi tienda estaba próxima a la estación) para disfrutar sus días de permiso. Cuando le vi, no podía creerlo, no daba crédito a lo que estaba viendo, era el Cabo de Mar Conesa con sus galones rojos y su única ancla. ¡¡Si señores!! delante de mis narices, estaba el buenazo de Conesa. A Conesa le tuve de compañero en el Galatea y en el Gamboa.


Nos dimos un fraternal abrazo, estuvimos hablando durante todo el tiempo que le permitía la espera de su tren. Parece que le estuviera viendo. Conesa siempre fué un excelente muchacho. No tuvo mucha suerte, no aprobó de cabo especialista. Hacia cuatro años que yo me licencié. Conesa era más antiguo que yo y aún seguía de cabo segunda. Posiblemente Castrillón lo recuerde. Nunca más le volví a ver, supongo que con el tiempo llegaría a Celador de puerto y con un poco de suerte, unos años en un buen destino, y una digna jubilación. Desde aquí, estés donde estés, te sigo recordando con un gran afecto.

La gran camaradería con "Güili". Costado y botes
Cuando embarqué en el Galatea, aquel mes de Marzo de 1955, me asignaron un número, y la segunda brigada pasó a ser mi nueva familia, familia que tenía su dormitorio, comedor y sala de relajamiento en el sollado de popa. También me concedieron un nuevo rancho, este debería ser mi destino durante los nueve meses siguientes.
Los trabajos habituales, los tenía en costado y botes. Mi responsabilidad consistía en mantener los botes en perfecto estado de policía ,secos, y las chumaceras siempre relucientes.

Un día, aparece un muchacho más alto que yo, y me dice que era de la primera brigada, y también le asignaron el mismo destino. Este chico natural de Madrid resultó ser Carlos Enrique Jiménez de Cisneros y Ponce de León, alias "Güili" para los amigos y para los menos amigos. No eramos de la misma brigada, pero a diario nos reuníamos en el destino. Entre nosotros fué creciendo una gran amistad, amistad que día a día se consolidaba más.
Cuando llegamos a Valencia le presenté a mi familia, creo recordar que comió en casa un par de veces, y mamá le dijo que le hiciera llegar toda la ropa sucia que tuviera para lavársela y plancharla. "Güili" la matió en el saco, y se la entregó a mi madre, su ropa se lavó, se planchó y una vez lista, se regresó al Galatea.

Estas cosas, para nuestra familia insignificantes, parece ser que "Güili" le dió más valor del que tenía, y lo magnificó en demasía, tanto que en su hábitual carteo con su madre se lo hizo saber.
Cuando llegamos a Ferrol el día 15 de Julio, los de la primera tanda de permiso, ya teníamos el pasaporte en la mano, asi pues, el 16, fiesta de nuestra Patrona, a las 6 de la mañana, desembarcabamos con rumbo a la estación del ferrocarril para tomar el tren que nos llevaría a nuestras casas, para goce y disfrute de unas más que merecidas vacaciones.

"Güili", no pudo salir en la primera tanda, le tocó la segunda, por lo que desafortunadamente para nosotros, supuso un gran contratiempo, ya que teníamos planes para pasar tres días juntos en Madrid, pero el hombre propone y Dios. . .
Mi gran amigo, me recomendó encarecidamente, visitar a su madre en Madrid, le di mi palabra de honor de que la visitaría, y al mismo tiempo la conocería. Conocer a Doña. Concha, (así se llamaba la madre de "Güili") fue un regalo del cielo. Pocas veces te encuentras en la vida, con personas tan dulces y próximas.
Doña. Concha era un cielo de mujer, madre de su único hijo, y de mi, casi que también. Le dije que salía para Valencia. Ya, pero no me dejó partir; me aconsejó que descansara esa noche en su casa, de esta manera, al siguiente día, más fresco, más descansado y relajado, llegaría a Valencia mucho mejor.
¿Cómo le podia negar a una señora tan dulcemente amable, con un exquisito trato y un cariño, como una madre, da a un hijo?


Dormí en la cama de Carlos. Cuando me desperté ya tenía el desayuno en la mesa, sin faltar esos riquísimos churros que tanto me gustan. Desayuné como un marqués, un lujo de mesa para un muchacho que no estaba acostumbrado a tantos excesos. Doña Concha era una señora con un alto nivel cultural y tenía una conversación muy linda y amena, pasar unas horas con esta señora fué todo un lujo.
Esto se hizo costumbre y cada vez que tenía permiso hacia noche en Madrid, y dormía en casa de "Güili". Nuestra amistad llegó a ser tan fuerte que fuimos la envidia de algunos compañeros, éramos inseparables. Su madre solía enviarle paquetes con cierta frecuencia, él nunca los abría hasta que no estábamos los dos juntos. Los paquetes que "Güili" recibía eran muy generosos, y abundaban las ricas tabletas de chocolate Nestlé de 300 Gramos.

En el verano del 57, me destinaron al minador Eolo, con base en Cartagena; "Güili" tuvo que repetir curso. Nos despedimos en Ferrol con una gran pena.
El Eolo tenía que salir para Cádiz a reponer artilleria, yo no queria ir a la Carraca, permuté con un cabo del Gamboa, andaluz y de Cádiz, él feliz y yo también.


Si mi memoria no me es infiel, creo recordar que en el verano del 58 Doña Concha estuvo en Cartagena. Pasamos un día juntos, estuvimos hablando de Carlos, de su nuevo destino, y también comentamos el tema sentimental. En el viaje de Puerto Rico, Carlos se enamoró de una puertorriqueña, y ésta bebía los vientos por Carlos. La puertorriqueña de nombre Rosa, era una mujer separada, y a esto Doña Concha le daba mucha importancia. Yo traté de restarle distancias, pero ella lo tenía muy claro, no era posible de ninguna manera este enlace. Esta fue la última vez que yo viera a Doña Concha, nunca más la volví a ver.

Carlos y el que suscribe solíamos tener una muy pobre correspondencia, pero nos escribíamos de cuando en cuando. Ya licenciados ambos, un día me escribió y en el mismo sobre recibí la foto de su boda. Se había casado con Conchita, una linda muchacha de Madrid. A partir de ese momento, y creo que fué por culpa mía, dejamos de escribirnos. Fue pasando el tiempo y bien por los problemas del momento, bien por que ya tienes una familia, con todos los dolores de cabeza que esto suele tener, bien por cientos de cosas que serían larguísimas de enumerar, esta relación se fue enfriando, y se enfrió tanto que se congeló.

Por aquellas fechas, solía ir con frecuencia a Madrid; no recuerdo como fue, pero la buena cuestión es que hablé por teléfono con Doña Concha, y me dijo que su hijo vivía en SAN BLAS y que trabajaba en la Dirección Nacional de Seguridad, en la Puerta del Sol.
Un día fui a Sol, pregunté por él y después de muchos años nos volvimos a ver. Nuestro encuentro fue muy frío por su parte, me quedé desarmado, hice varias lecturas de su comportamiento, más no llegué nunca a entenderlo. Ignoro si todavía sigue en el mundo de los vivos, ignoro, suponiendo que así sea, si se mete en este moderno mundo de la información.

Del Galatea al Sarmiento de Gamboa, pasando por el Minador Eolo.

Al pricipio de haber embarcado en el Gamboa, en uno de nuestros habituales recorridos, llegamos a Benidorm, lógicamente fondeamos.
De patrón de botes habia dos cabos 2º maniobras, uno era yo. Ese día fue un contínuo ir y venir. Como casi siempre, llevávamos al Almirante a bordo. El cabo 1ª era García(con el que me llevaba de maravilla), sólamente quedaba en tierra el Almirante. García decide que sea yo quien recoja al Almirante.


Cuando D. José le pregunta a García, quien va de patrón a por el Almirante, le mete un broncazo de mucho cuidado (D. José era el Contramaestre de Cargo) -"Pero como se te ocurre García, mandar a un novato a recoger al Almirante". García (según me contó luego) se defendió como pudo. -"¿No es un cabo maniobras?, pues supuestamente debe saber. -"Supuestamente García, pero cuando salen de la escuela, vienen "pegaos".
Mientras todo esto ocurría a bordo, yo seguía rumbo a Benidorm, ignorando la bronca que mantenian D. José y García.


 
Embarca el Almirante, y ponemos proa al Gamboa, el mar estaba bastante movidito. En ningún momento fue un paseo en lancha. Cuando nos íbamos aproximando al barco, la espectación en cubierta se podía adivinar. Sin ningún género de dudas, durante mis años de Marina, he hecho muchos atraques, pero como ese, ninguno. Me salió bordado, de manual. Como creyente que soy, estoy seguro que Dios guió mi mano.
La popa del bote quedo clavada, el proel, un muchacho de Garrucha, al que llamábamos "Garrucha". Hizo su trabajo a la perfección. El Almirante, que no solo tenía fama de ser buena persona, se le notaba satisfecho; yo no le perdía detalle, siempre atento a todo movimiento que se producía.

Cuando el Almirante pisa la cubierta del Gamboa, dede mi puesto de patrón, veo que se dirige a D. José, y este pone una sonrrisa de oreja a oreja. Más tarde , me enteré por García, que permanecía a su lado, de lo que le dijo. -"Felicite al cabo por su atraque".

Don José nunca me dijo nada, seguramente, no querría que me sintiera importante. Que poco me conocía Don José.
Al siguiente día, navegando por el Mediterráneo y con cierta calma, veo a Don José conversando con Don Jesús (suboficial electricista) Don José me ve y me llama; yo me acerco a ambos y el primero me dice. -"Ureña dile a Don Jesús cuantas clases de patrón de botes os dan en el Galatea". -"Muy pocas, le respondo yo, tan pocas, que lo hacemos saber, y la respuesta que nos daban, siempre era la misma". -"Cuando metáis la roda en el codaste, ya aprenderéis".

Realmente así fue en mi curso. -"Ves Jesús, te das cuenta que todo lo que te he contado es cierto. Inmediatamente me di cuenta de cual era el tema de conversación. El atraque del día anterior. Don José y el que suscribe, tuvimos algunas diferencias, pero durante el casi año y medio que de alguna manera convivimos, sin duda fue positivo. El día que me licencié, él no estaba a bordo, yo no quería marchar sin despedirme y desearle lo mejor; fui a su casa y allí nos despedimos gratamente.

Valencia y la pérdida del velero Galatea
Después de leer los datos que se recopilan del Galatea, con la atención que me permiten mis ya mermadas luces mentales, que en honor a la verdad nunca fueron medianamente brillantes, y haberme tragado todo el galimatías de fechas que en él se barajan, trataré una vez más de dar mi opinión, y ya van , no recuerdo cuantas, pero si unas pocas.

Y no seré tan simplón para empezar diciendo; "Esta es mi modesta opinión". ¡¡No señores!!, no es una opinión modesta, es mi opinión, moleste a quien moleste, y dudo mucho, pero que muchísimo que en este País de mis pecados quede gente capaz de poder avergonzarse de la dejación más absoluta y vil, a la que fueron capaces de someter a nuestro querido Galatea.


Hace falta tener espinas en lugar de corazón, hace falta carecer de la más elemental de las sensibilidades humanas, para hacer lo que hicieron con nuestro velero, "connn miiii veleroooo". Por que a ver si os enteráis de una "puñetera" vez, del daño que habéis hecho a España y a los españoles de bien, todos los responsables que consentisteis este desgraciado e irreparable desastre.
Y digo bien cuando digo mi velero, nuestro velero, el velero de los que en él servimos a España, aprendimos, sufrimos, reímos, nos hicimos hombres, lloramos, vivimos, navegamos y paseamos por esos mundos de Dios, el Sagrado nombre de nuestra España, y su no menos respetada Bandera.

El velero de los que tenemos corazón y valores humanos encastrados en nuestro pecho, el velero de los desheredados, el velero de los incautos que nos creímos aquella sarta de mentiras que solíais contarnos sobre el patriotismo, el deber y el honor, el velero de los justos, el velero de los que padecemos hambre y sed de justicia, el velero de la vil canalla de proa, que ha demostrado con creces, que ni es vil, ni es canalla. La cruda realidad, es que esta canalla y vil dotación, moraba más cerca del palo mesana, que del palo trinquete.
Habéis demostrado con un absoluto desprecio y total pasividad, que la suerte que pudiera correr el velero Galatea os importaba una "higa".

A los políticos os tengo que decir una vez más que sois pura ponzoña para este País y sus intereses, los que gobernáis hoy y los que gobernasteis ayer. Con este tipo de clase dirigente es materialmente imposible que pueda avanzar una nación. A nuestras autoridades de Marina de aquel triste y penoso momento, les diré que quizás no fueron culpables al ciento por ciento, pues sabido es que nuestras Fuerzas Armadas están sometidas a las órdenes y caprichos de los políticos de turno.
Pero hay algo que no les puedo pasar por alto. El valor, eso que a todo buen militar se le supone y que llegado el momento tiene que llevar a término y demostrar. Y así mismo, debe de dejar claro que el lugar destinado en su pecho para las medallas y condecoraciones debe ser sagrado
, y ser merecedor de ellas tanto en tiempos de guerra como en tiempos de paz. Por que en tiempos de paz señores suyos, también se libran batallas, y la de nuestro velero Galatea la perdisteis o no tuvisteis reaños para ganarla.

En alguna ocasión he recalcado con un puntito de ironía los ocho miserables millones de pesetas, total del importe por el que se vendió el velero. Hoy debo confesar y confieso que me parece caro, más que caro carísimo y abusivo. Porque, ¿qué es lo que les vendimos a los ingleses de Escocia.? Nada, un montón de chatarra vieja y oxidada, totalmente destrozada en el peor y más absoluto abandono al que fue vergonzosamente sometido. ¡¡¡Que lección nos dieron los ciudadanos de Glasgow !!!. Eso es querer y valorar un barco, ser conscientes de lo que representa y tener las ideas muy claras, lejos de vacilaciones y de chapuzas indignas.

Ahí tenemos el gran ejemplo de un Pueblo que no lo dudó ni un segundo, sin enojosos papeleos ni pestilentes "burrocracias". ¡¡Apunten, fuego!!!. Queremos el barco, y el barco que se llevaron. Remolcado, con 1380 millas por la proa, y los riesgos que conlleva la aventura que tuvo una duración de nueve días y a pesar de todo se hicieron a la mar rumbo a Escocia.
Hacía falta mucha moral, amar a los barcos y a la mar. Demostrado ha quedado sobradamente, que a este Pueblo lo que le sobra es de todo de lo que nosotros carecemos.

Se pusieron manos a la obra, y con mucho tesón, fondos propios y algunas subvenciones del fondo Europeo restauraron nuestro viejo Galatea y lo dejaron hecho un pincel. Mis felicitaciones al Pueblo Inglés-Escocés o Escocés Inglés, que a pesar de no caerme muy bien, reconozco que son mejores y mucho más patriotas que nosotros. Las cosas no se pueden hacer peor, no sería posible, esto solamente puede pasar en España. ¿Y a estos políticos de nuestros pecados, que tenemos que soportar y sufrir, se les llama padres de la Patria?.

Pues señores, digo yo, mejor nos iría si fuéramos huérfanos de padre. Según las valoraciones de las encuestas que se suelen publicar periódicamente, el Ejército y la Guardia Civil son los cuerpos mejor valorados por los españoles.
Mi buen padre solía decirme, que todas las profesiones deben ser vocacionales, pero hay unas que no se pueden concebir de otra manera: la medicina, el sacerdocio y la vida castrense. Si queréis saber lo que es el valor, os pongo tres ejemplos de mi propia familia.
Mi abuelo paterno José Ureña de Anrich fue teniente coronel de infantería, uno de los últimos de Filipinas, con una hoja de servicios ejemplar, una cantidad considerable de condecoraciones, que obran en mi poder.


El 30 de Abril de 1898 marchó a Rudag, (copio textualmente de su hoja de servicios) tomando el mando de su compañía, continuando en la provincia de Cabite hasta el 12 de Junio que tomando parte del destacamento de Rudag, cayó prisionero de los insurrectos tagalos después de doce días de sitio, habiendo continuado en situación de prisionero en varios puntos de la referida provincia de Cabite en cuya situación terminó el año.
El 13 de Enero de 1900 fué liberado por las tropas americanas y trasladado a Manila donde embarcó el 20 de Febrero a bordo del vapor "Isla de Luzón" desembarcando en Barcelona el 23 de Marzo desde cuyo punto pasó a Cartagena.

Mi tío paterno José Ureña Sellés, teniente de Infantería, muerto en combate el día 6 de Enero del ¿año?. En Beni-Bara, de un balazo en el corazón. Recibió sepultura en el cementerio militar de XAUEN. De esta menera reza parte de la carta que el fundador de la Legión José Millán Astray envió a mi abuelo (carta que también conservo en mi poder y de la que entre saco una pequeña parte que dice). “Sus restos reposan en el Cementerio militar de XAUEN y como a los demás compañeros, nosotros nos cuidaremos de que tenga digna sepultura y lápida que perpetúe su memoria.

Como militar puede Vd. tener el orgullo de que su hijo dio la vida por la Patria con toda gallardía y valor, y como padre el consuelo que esta noticia ha de proporcionarle aunque bien comprendo, a juzgar por el dolor mío, lo terribles que son estos golpes y las dolorosas heridas que en el alma causan" Firmado: Millán Astray.
Gerardo Ureña Sellés, mi padre, dedicó diez y siete años de su vida a su enamorada Infantería de Marina. Formó parte del grupo que rescataron el Almirante Cervera para la causa continua del llamado Bando Nacional.

Cuando desembarcó del Crucero Baleares, hermano gemelo del Canarias, pasó a su nuevo destino, toda la costa Asturiana, desde San Juan de la Arena hasta Ribadesella desplazándose con el camión A.N.M.F.-34, siendo nombrado jefe del sector, recorriéndolo diariamente, vigilando la costa y dando batidas a los llamados elementos dispersos. En posesión de La Cruz de Guerra, Medalla de la Campaña y Cruz Roja de Mérito Militar, además de varias felicitaciones de sus mandos que también tengo en mi poder.

A Gerardo Ureña Sellés, le digo. Tu vida no fue estéril. Dejó poso. Iluminó con la luminaria de tu fe y de tu amor. Borró, con tu ejemplo, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego y la bondad que llevaste en el corazón. Este es como un pequeño trozo de la historia de mi familia.

José Mª Castrillón Mesa, Miguel Gómez Ruiz, Arminio Sánchez Mora y Alberto Vera Meizoso, todos ellos compañeros de Armas del que suscribe, son los responsables de que el Galatea navegue de nuevo. Hombres íntegros, buenos compañeros, excelentes españoles, grandes patriotas, enamorados de su País y la grandeza de España, cualidades humanas que deberían tener todos los nacidos en esta bendita piel de toro.
Y sobre todo, por encima de lo que sea, aman el Galatea de una manera total y absoluta. Valores que vosotros desconocéis por que sois incapaces de amar, no conocéis este verbo. El único verbo amar que conocéis es el de el color de los billetes de curso legal.

El día 5 de Marzo de este recién empezado año 2013 mi querido y admirado compañero de Armas Miguel Gómez, nuestro Miguel, dice entre otras cosas, haciendo referencia a nuestras autoridades por la dejación y abandono de nuestro Galatea.
¿"Acaso desconocían su prolongada vida al servicio de nuestra Armada"? Puede que no supieran que se trataba de un trozo de nuestra historia reciente, y si lo sabían lo omitieron canallescamente, y nos llamaban a nosotros la vil canalla de proa. Nada más lejos de la realidad, acaso no se merecía una honrosa arriada del pabellón nacional, donde se cultivaron tantos y tantos hombres para nuestra Marina de Guerra.

El que fué orgullo de nuestra patria marinera, embajador de España en puestos extranjeros, el rey de los mares, el que paseaba su majestuosidad por los océanos, en fin la admiración de las gentes de la mar, lo cierto es que tuvo un desenlace apagado, oculto hasta ignorando su identidad, ¿qué es eso de YCFN-11? cuando tenía su identidad propia, o es que les avergonzaba hacerlo público, y lo ocultaron tras estas siglas.


La desidia fue su triste final en la España marinera. Gracias a los hijos de la Gran Bretaña por valorar aquella obra de arte y mantener lo que nosotros no supimos hacer, está claro lo lejos que estamos de la mar y los barcos. ¡¡¡Bravo Miguel, valiente Miguel, soberbio Miguel, único Miguel!!!.
Me he tomado la libertad de reproducirlo por que, me ha gustado tanto que no quiero que se les olvide.
Ahora voy entendiendo yo el por que los ingleses cuando les revindicamos Gibraltar, se ríen de nosotros en nuestra propia cara, y no nos hacen ni caso y se descomponen de la risa que les producen nuestras demandas

¡¡¡Políticos, que el valor no es el de el dinero que muchos de vosotros "trinca" y se lo afana, no, eso es otra cosa, es el Valor , la valentía, el honor, la lealtad, lo que nuestros mayores nos enseñaron e inculcaron, y nosotros llevamos como bandera y estandarte. ¿Sabéis ya lo que es el valor? ¿No? Me lo imaginaba; vosotros que vais a saber, si por no saber, no sabéis hacer la O con un canuto. Pena de virus que se perderá. Gracias mil a D. Manuel García García, por su grandioso y meticuloso trabajo en busca de las fechas. ¡¡¡Genial!!!.

Hola Manuel, veo con mucha satisfacción y enorme alegría que te has convertido en el rey de este blog. ¡¡Muy bien amigo y compañero de Armas!!.
Es evidente Manuel, que tanto Arminio como Castrillón y Miguel son unos excelentes camaradas, como también tú lo eres, y que en el día a día no dejan de demostrármelo. Yo no soy el héroe de la riada de Valencia. Si es cierto que fui la primera persona que vio llegar el agua, viniéndome justo en el tiempo ordenar al centinela que pasara a bordo.
 

Por ser de Valencia y conocer el terreno y a petición del segundo comandante D. Eduardo de Velasco Gómez, conducía al teniente de navío D. Antonio López Serón, el cabo de maniobras Valdés (gran amigo mío) y seis marineros, con agua hasta el cuello camino de la Comandancia de Marina, que una vez allí me dediqué y nos dedicamos a trasladar heridos aislados de casas cercanas, llevándolos a la Comandancia por el método de el caballito, donde les atendíamos y dábamos de comer. Siendo La Fragata Sarmiento de Gamboa la primera en prestar auxilios y en retirar los cadáveres que flotaban en el puerto de Valencia, al rededor de nuestro barco. Que llevábamos a bordo al Almirante de Cartagena, y que contactamos con la escuadra que se encontraba de maniobras en Santa Pola.

Que ese día a las diez de la noche ya estaban en Valencia el Almirante Cervera y varias unidades más de nuestra Marina. Fue precisamente a esa hora cuando el segundo me ofreció la posibilidad de subir a un camión que intentaría llegar al centro de Valencia para contactar con las autoridades. No me lo pensé dos veces, dicho y hecho.

El resto de los días que permanecimos en Valencia, todos los valencianos pertenecientes a la dotación del Gamboa estuvimos rebajados de servicio. Solamente teníamos una orden que cumplir de nuestro segundo comandante, ir todos los días al barco para retirar pan y alimentos que se nos daban de la despensa de a bordo. Condecoraron a seis marineros y dos cabos maniobras, uno de ellos mi amigo Valdés (un andaluz simpatiquísimo) a los valencianos nos dieron unos días de permiso.

Un portaaviones inglés visitó Ferrol

No recuerdo la fecha, debo confesar que se me resiste, y que por más que me esfuerzo no consigo tenerlo claro. El caso es que un portaviones de la Marina inglesa atracó en Ferrol.
Mucho antes de alistarme en la Marina, tuve la ocasión de visitar el portaviones "Semiramis" en el puerto de Valencia. El "Semiramis era infinitamente mayor que el inglés, del que tampoco recuerdo su nombre.


El de Valencia estaba fondeado, pues en aquellos tiempos el puerto no tenía suficiente calado. Embarcábamos en unos botes de la Marina Norte Americana y estos nos llevaban al gran barco.Como queda dicho, el inglés era mucho más pequeño, pero también despertó mucha expectación, tanto entre los civiles, como entre los militares.
Era Domingo, esto sí lo recuerdo, me acerqué con la intención de visitarlo, había mucha gente y recuerdo perfectamente que un teniente de navío de la Marina inglesa que hablaba correctamente español era el que determinaba nombrándolos a dedo, los que según su criterio podían subir a bordo para poder ver el gran barco.

Recuerdo que a pesar del enorme tumulto, cada vez me iba aproximando más a él. Para llamar su atención, yo insistentemente llamaba la atención por medio de un siseo, "chist", "chist", oiga, oiga.
De repente deja de atender las peticiones que todos los que estábamos allí le hacíamos, me mira fijamente, se acerca a mí y en actitud de superior me increpa y pregunta. -"¿Se dirige usted de la misma forma que ha hecho conmigo a un superior de la Marina española"?.

Me quedé blanco y sin palabras, agaché la cabeza y furiosamente rabioso, salí de aquel círculo maldito, de gentes que con caras de asombro me estaban mirando.
Cerca de mi persona estaba D. Inocencio Pérez, contramaestre del Galatea, este me preguntó, que me había dicho el inglés; se lo conté y me pareció que quería darme la razón, me zafé de aquel tumulto de gente como pude y desaparecí de aquella incomoda escena.

Quiero deciros queridos compañeros y posibles lectores de este blog, que el oficial inglés tenía razón, yo en ningún momento podía dirigirme a él en esos términos, falto de disciplina y respeto. Era portador de un uniforme y este hecho me condicionaba a mantener una aptitud que en ese momento parece que incomprensiblemente ignoré.
Pero todo esto, no pudo evitar mi descontrolada rabia porque un oficial inglés me había puesto firmes. Yo nunca he tenido, ni tengo ningún especial aprecio por los ingleses. Ese portaviones estuvo más días en Ferrol (no recuerdo cuantos) y uno de esos días ocurrieron unos hechos que trataré de relataros.

La calle María está muy cerca de la casa donde vivía mi tío Celestino. La calle María es la calle donde nació y vivió el General Franco. No en vano, en Ferrol a Franco se le conocía por "Paco el de la calle María", esto es historia, no me lo estoy inventando.
Casi enfrente de la casa del dictador había un bar que yo no solía frecuentar, ni recuerdo como se llamaba.
Era tarde noche de un desafortunado día; una muchacha del barrio bajaba por la calle María llevando en sus manos una lechera con el único fin de llenarla del blanco y preciado líquido, que por encargo de su madre solía hacer diariamente en una lechería muy próxima a su casa. La muchacha que nos ocupa tendría una edad entre los quince y diez y seis años.


La chica bajaba por la acera opuesta al citado bar, al llegar a la altura del mencionado establecimiento, fue abordada por tres marinos ingleses pertenecientes a la tripulación del portaviones. Estos marineros tenían en sus cuerpos una destilería alcohólica de muy respetable consideración.
Se propasaron con la muchacha de una manera vil y despreciable (según las crónicas y los vecinos que lo presenciaron) de tal manera que ésta empezó a chillar y a pedir socorro.
En el bar, que, (que tenía como clientela mayormente pescadores de Ferrol) había tres hombres muy conocidos en el barrio, nacidos y criados en Ferrol Viejo. Había uno al que llamaban "el cojo", este muchacho perdió una de sus dos piernas en un accidente faenando en la mar, y se solía ayudar de una muleta de madera.

Todo esto lo se por que me lo contó Amalia. Amalia era una mujer vecina de mis abuelos maternos y la menor de sus hijas fue apadrinada por mi madre. Lo cierto es que Amalia ejercía de lavandera desde que yo empezara a tener uso de razón.
En su casa solíamos reunirnos un grupo de marineros entre los que también se encontraba el hijo del Maestro velero del Galatea. Los gritos de socorro que lanzaba la joven agredida por estos tres marinos ingleses llegaron al interior del establecimiento; estos tres hombres se asoman a la calle, y como no podía ser de otra forma salieron en defensa de la nunca mejor dicho, indefensa criatura.

La batalla fue comparada como si hubiera sido una de las grandes gestas de nuestro Pueblo. Los ingleses recibieron una gran paliza de estos tres Ferrolanos. Contaban los ecos de sociedad y el vox populi, que el "cojo" fue una máquina de repartir manteca, blandiendo su muleta con una soltura digna de elogio, y repartiendo mandobles a diestro y siniestro, apoyado con una sola pierna. La paliza que recibieron los ingleses fue tan enorme que aún hoy se recuerda.
La sangre manchó la acera en gran y alarmante manera, fue muy abundante. Los vecinos llamaron y acudió casi de inmediato la sanidad, ocupándose de los gravemente lesionados ingleses. Durante mucho tiempo, estuvieron expuestos las tres gorras de los marinos en el bar como trofeo de caza, y memoria de la gesta. Tanto es así, que este bar que prácticamente era ignorado por los marineros de Ferrol, tomó fama y se vio concurrido de nuestra Marina.

El portaviones partió y los ingleses continuaron hospitalizados. Ignoro como quedaría todo el desarrollo del proceso, ignoro también si Castrillón recuerda algo de esto; como ya dije más arriba, no recuerdo las fechas, así pues, no puedo precisar si Miguel ya había embarcado en el Galatea.
Yo después de haber pasado todo esto solía ir con frecuencia a este bar, tomarme unos vinos y sentarme a contemplar estos tres gorros de los marinos ingleses, y relamerme de gusto saboreando los laureles de aquellos tres Ferrolanos que no dudaron ni un segundo en saltar como si fueran balas en defensa de una muchacha de Ferrol.

Comentando un par de fotos.
En imágenes de el Galatea II, hay una foto que dice. "A bordo siempre descalzos", a continuación viene otra que dice. "Fiesta navegando por el Ecuador" Esa foto es del viaje a Pernambuco, año 1955, yo estoy en la jarcia, lo recuerdo bien, lo que pasa es que no soy capaz de identificarme, pero estar, seguro que sí. El primero de la izquierda es Galindo, un muchacho de mi promoción.
A continuación viene otra foto que dice . "En el timón". "Francos de paseo", "Galatea al fondo", "En Ferrol" y en el "Cabillero del mayor". Paraos en esa foto por favor, cada vez que la veo, (que son muchas) se me abren las carnes. Es como unas cataratas de imparables recuerdos.

Hace a penas unas horas, termino de leer en el blog, no se si a Castrillón o a Manuel, diciendo más o menos, que el pasado es un tiempo muerto, y este no regresa, pero con el recuerdo, sueles vivirlo de alguna manera. Cuanta razón tenéis compañeros. Yo abro las puertas de la fantasía, las abro de par en par, les doy rienda suelta y me concentro en el momento vivido, teniendo unas maravillosas, además de tristes sensaciones. Es como si hubieses sido tragado por el triángulo de las Bermudas y de repente te despiertas, quedándote lleno de un enorme desencanto.

El que aparece enjabonando es "Cocote", le llamábamos así por tener una gran prolongación en su cabeza por su parte trasera, esta era tan pronunciada que parecía un zeppelín. Bien, Cocote en la vida civil era pintor de brocha gorda. Embarcamos juntos, fuimos del mismo reemplazo. Las primeras lecciones que recibí en mi vida, relacionadas con la pintura me las dio él. Si no me traiciona la memoria, creo recordar que su verdadero nombre era, o es Ángel Fernández. Hacía pocos días que se me había pasado la celebre borrachera que la gran mayoría de los recién embarcados tuvimos que pagar. "Cocote" ya se había colocado al lado de D. Manuel Fontanilla (condestable de cargo de el Galatea) en el pañol de pinturas.

Como quiera que yo tenía el destino en costado y botes, un buen día aparece por mi destino y me dice. -"El contramaestre de guardia me ha dicho que te vengas conmigo y me ayudes a pintar. Yo no recuerdo haber cogido nunca una brocha, pero eso no importaba, ¿verdad compañeros?. La primera lección que me dio, recuerdo que me dijo. "La pintura tienes que saber peinarla". Qué cosas compañeros, ¿Cómo se puede acordar uno con tanta precisión de tan lejanos y puntuales hechos. Permanecí toda la mañana con él, pintando por la toldilla y repasando lo que estaba mal.

Ciertamente no había pintado nunca, en la Marina tuve ocasión de pintar por toda mi vida. Ya lo creo, es como si me estuvieran esperando y resarcirse de 18 años sin tocar un pincel, y a fe mía que lo consiguieron, ¡¡ya te digo!! Hasta de cabo pinté yo. Recuerdo que en el Gamboa pintar los escobenes no era tarea fácil, y a D. José le gustaba que los pintara yo, pues parece ser que le gustaba al hombre como quedaban.
El primero de la izquierda, que lleva otro cubo de espuma, es Zurita, fuimos junto con Güili muy buenos amigos, el que está de pie es el maestro barbero. Los tres que están arriba en el cabillero del palo mayor son cabos primeros en curso para suboficiales, el muchacho que aparece de pie a la derecha de "Cocote", no recuerdo como se llamaba, parecía un poco afeminado, pero no...

Arriba a la derecha sentados en la lumbrera del sollado de popa, ahí estoy yo. Segurísimo que sí, pero me da la impresión de que quedo un poco más a la derecha y no salgo en la foto. Esa foto formaba parte de la gran colección que yo perdí y que tanto he lamentado.



Lo estoy escribiendo y tengo la sensación de estar viviéndolo otra vez, es increíble amigos míos. La coplilla empezaba así. ¡Ay madre no sé que tengo aquí dentro en la barriga, tengo un movimiento extraño que no me deja tranquila, tú me tendrás que decir que estarás Cocote, era un tío muy "salao" y solía contar chistes muy malos, pero tenía una gracia especial. Era de Valladolid y bailaba muy bien taconeando. Cuando visitábamos puertos, él siempre se montaba algún taconeo y la gente le solía gustar.

Recuerdo que solía recitar una coplilla, que no la recuerdo en su totalidad, y que yo muchas veces le decía: Cocote cántamela, y él no se hacía de rogar y me la cantaba. Lo estoy escribiendo y tengo la sensación de estar viviéndolo otra vez, es increíble amigos míos.

La coplilla empezaba así. ¡Ay madre no sé que tengo aquí dentro en la barriga, tengo un movimiento extraño que no me deja tranquila, tú me tendrás que decir que estarás más enterada, de qué proviene este mal de tener la tripa hinchada!
Luego viene donde la madre le dice a su hija que le cuente, y ésta le relata que conoció a un gallardo militar y... Al final la madre le dice: "No sigas más hija mía, no me digas más detalles, por tu forma de contarlo me estás calentando a mí." Es una pena que no lo recuerde con más precisión, es muy "salao".




Cocote tenía un paisano que también fue muy amigo mío, con este muchacho tenía yo unas cuantas fotos, la mayoría eran de las fiestas en los pueblos cercanos a Ferrol.
Su nombre era Eustaquio. Eustaquio era buen chico pero muy mal hablado, no creyente y siempre estaba blasfemando contra el creador. Un día, le empiezan a salir unas calvas en la cabeza que le tenían muy preocupado. El, visitaba la enfermería y se ponía una loción que le recetaba el médico, pero no se le curaba.


Yo procuraba animarlo, pero él cada vez estaba más pesimista. Hay un momento que le digo "Eustaquio, ¿por qué no dejas de meterte con Dios y verás como te curas? ¿Tú crees, Valencia? Claro hombre, esto es un castigo que te manda El Señor. Lo voy a hacer, de buena verdad que lo voy a hacer."
Y lo hizo, y se le empezaron a curar las calvas, y le volvió a salir pelo. Se puso muy contento, moderando bastante su lenguaje.

De cuando en cuando, se enfadaba por algún contratiempo (ya sabéis que ocasiones para ello no faltaban) y si me encontraba cerca de él le miraba fijamente, me tocaba la cabeza y le decía: Eustaquio..., me miraba con resignación y me decía, tienes razón.

La última vez que vi "El Galatea"
Ya es sabido, en anteriores ocasiones ya fue escrito por mí, estuve un buen puñado de años de dependiente y tostando café. Creo recordar que a principios de los años 70 se inauguró en Huesca el primer Cash and Carry de España. El segundo lo abrieron mis jefes en un pueblo muy cercano a Valencia llamado Xirivella. Un día me proponen dejar la tienda para convertirme en el primer promotor de España para dar a conocer este nuevo sistema de compra. Me dicen que en este nuevo puesto tendría más futuro y de momento ya pasaba a ganar más.
Acepté sin más dilación y pasé a ser el primer hombre del país en ocupar esta plaza, pues, aún siendo los de Huesca los primeros en abrir, ellos prescindieron del promotor, ya que pensaban que no era necesario.


Yo tenía a mi cargo toda Valencia y una pequeña parte de la provincia. Tuve momentos duros, muy duros, no resultaba fácil arrancar a las gentes de casa para ir a comprar, máxime si tenemos en cuenta que los dueños de las tiendas de ultramarinos tenían que madrugar todos los días para estar a las cuatro de la madrugada en el mercado de abastos para comprar la fruta y la verdura que más tarde deberían vender en su tienda. Siempre he tenido una gran admiración por estos hombres que se ganaban la vida en su pequeña tienda, fueron unos grandes sacrificados, dormían muy poco y le dedicaban muchísimas horas a su negocio. Y yo tenía que convencerles que aquello de "compra en casa y vende en casa y harás casa", ya no valía, que los tiempos estaban cambiando y había que adaptarse a ellos.



Tuve algunos momentos en los que las dudas me fueron asaltando, y no conseguía verlo claro. Supongo que el pertenecer a las dotaciones de El Galatea, te fortalece de tal forma y manera, haciendo que no resulte fácil doblegarse y dejar caer los brazos. Llegó un momento en que ese sistema dijo "aquí estoy", y empezamos a recoger los frutos de aquella siembra en la que yo dudaba.

La Empresa comenzó a crecer y creció a ritmo de vértigo. En poco tiempo abrimos cinco casas más, el crecimiento fue espectacular . Crecimos tanto que me buscan un sustituto y me ofrecen el cargo de jefe de compras. Podía pensar que el traje me venía grande, no lo dudé un segundo, me gustaba la propuesta, en aquel tiempo éramos los más importantes en Valencia. Las compras de brandys, vinos y licores, las hacíamos por camiones de 1200 cajas. Recuerdo que un año el representante del Whisky Caballo Blanco en Valencia, y el director comercial de la Empresa distribuidora en España me citaron en Barcelona con D. Francisco Quintana Izarbe.



Negocié con Don Paco-así le llamábamos- la venta de 4.000 cajas de Caballo Blanco en un año, le conseguí unas buenas condiciones y cumplí lo pactado. No fue tarea fácil, cuatro mil cajas de Terry, Soberano, Veterano o Magno, se podían vender en una semana, pero de Whiky Caballo. Blanco, eso era otra cuestión.

Me invitaron una semana a Londres, estuve en Edimburgo y de esta preciosa ciudad pasamos a Glasgow. Cuando nos aproximábamos a las destilerías, pude ver en la fachada la bandera española, me llamó poderosamente mi atención y pregunté al Director Comercial que viajaba con nosotros, y este me dijo.-"Te están esperando, saben que vienes hoy, además de enseñarte la destilería, comerán con nosotros, y como también saben que eres español, que les has vendido cuatro mil cajas de wisky, izan la Bandera Española en tu honor".



Aquello es más de lo que yo jamás pude desear en mi vida. Que en Escocia icen la bandera española, para mí, lo que menos me importaba es que fuese en mi honor, lo más importante era que se trataba de mi bandera, la bandera de mi querida España, eso era lo más importante y lo que a mi me hacía henchir pecho y llenarme de orgullo, que se hiciera homenaje a mi “Patria” y mi “Bandera”.

Puedo juraros compañeros que fue un momento único, algo que nunca pensé que le pudiera ocurrir a mi humilde persona. La empresa a la que yo presté 28 años de mi vida y la que siempre llamé mi empresa, pues ciertamente no era el dueño, pero me entregué a ella más que si lo fuera, y eso lo saben los que me conocen y Dios, con eso me basta.

Mi jefe más directo, solamente me permitía diez días de vacaciones al año, con esos días yo me sentía muy satisfecho, a veces tenía la impresión que era demasiado. Siempre las tomaba los diez últimos días de Julio. ¿Y dónde las pasaba?. En mi Galicia natal. Siempre entraba por Asturias, solía hacerlo por el puerto de pajares. Solía visitar Villa Viciosa, Covadonga, Cangas de Onis, Oviedo, Ribadesella, Gijón, Avilés, Luarca, y antes de llegar a Luarca esta Cudillero; personalmente a mí Cudillero me tiene muy enamorado, lo encuentro enormemente precioso. Solía tener buenos coches, cómodos y resultones. Viajar a Galicia por la costa, para mí era una gozada. Cuando llegaba a Cedeira, ya podía creer que me encontraba en casa.



Un año, creo recordar que sería por el 74 ó el 75, nos acompañaba un matrimonio conocido nuestro, Tina y Antonio. Estuvimos tomando unos vinos y algo de marisco en un bar que hay en la parte alta de La Graña. Este establecimiento tiene una amplia terraza, desde donde se divisa la Ría Ferrolana y también el Castillo-creo recordar- de San Felipe, y que también creo recordar, fue el encierro de Tejero.

Al regreso vimos El Galatea, al que también avistamos en la subida; nos permitieron acercarnos al pie del portalón, me acerqué al centinela y le pregunté si podía hablar con el cabo escuadra. El centinela le llama y pasados un par de minutos aparece el que dice ser nuestro interlocutor. Me identifico y le digo.-"Mire, soy un viejo alumno de El Galatea, estamos de vacaciones en Ferrol y no se puede Vd. imaginar como me gustaría poder subir a bordo y darme un paseo por el barco.

Quiero hacerle saber que si mis acompañantes no pudieran pasar, yo lo entendería y ellos esperarían mi regreso en tierra, después de todo les da lo mismo, al que no le da lo mismo es a mí.
El cabo escuadra me dice. -"Voy a trasladar su petición al oficial de guardia y usted espere aquí que yo regreso enseguida” . A si fue, el hombre regresó y me dijo. -"Me dice el oficial que no le puede dejar pasar a bordo, lo siento pero no depende de mí”.

Traté rogatoriamente de forzar un poco la situación, rápidamente desistí, me acordé de mis tiempos, de lo mulas que pueden llegar a ser algunos oficiales y pensé que estaba predicando en desierto, también pensé que de haberme tropezado con un oficial lleno de valores humanos, la situación hubiera cambiado, llegué a verme en sueños con un oficial que se podía haber hinchado a preguntarme cosas y vivencias de mis tiempos, él y yo nos hubiéramos enriquecido un poco más, pero la realidad fue tozuda y tropecé con una persona, seguramente carente de valores humanos y totalmente vacío.
A él le costaba muy poco, a mí me hubiese regalado algo muy estimable. No lo hizo. Solo le diré algo, algo que esta muy lejos de ser una pequeña venganza. ¡¡Que Dios le Bendiga mi oficial!!.

Pequeñas cosas que retornan a mi memoria sin saber por qué.
Bien, sabido es por activo y pasivo, que en nuestro Galatea lo que más abundaban eran las larguísimas navegaciones. Los dieciocho, los veinte, los treinta y los treinta y dos días de mar, fueron la normalidad.
En estas largas travesías, recuerdo que se nos permitía, siempre con carácter potestativo, el poder dejarse crecer la barba.   Pero esto también tenía sus reglas, ¡¡ faltaría más.!! La barba tenía que crecer sin por ello perder su perfecto estado de policía. El aseo personal tenía que estar siempre presente. No había agua dulce para afeitarse, pero la barba siempre aseada. Que ironías de la vida.

En aquellos tiempos a los marineros no nos estaba permitido tener barba. Yo nunca me la dejé, tenía dos motivos. El primero, era barbilampiño, y como solía decir el genial y recordado payaso de la televisión Fofó "Mi barba tiene tres pelos, si no tuviera tres pelos, ya no sería mi barba." Y en segundo y último caso, no me gustaba. Algunos oficiales disfrutaban dejándola crecer, pero en los suboficiales no solía tener demasiada aceptación.

Largas, tediosas y penosas navegaciones, algunos de nosotros rezábamos, y como dice muy bien Castrillón, no dejábamos de mirar las velas y pedir en nuestras oraciones al Dios Eolo que siguiera durmiendo, que ya nosotros velaríamos su sueño.Cuando Eolo se desperezaba. ¡¡Toma ya!! ¡¡Maniobra general!! Todo patas arriba, silbatos a granel, corridas, prisas, acosos. ¡¡Juaneteros y gavieros al pie de la jarcia!! Y eso sí, allí los cobardes brillaban por su ausencia. Yo en los más de dos años y medio que estuve en el Galatea, no conocí ningún acto de cobardía.

Después de unas largas maniobras, nos quedábamos con más hambre que el perro de un afilador, que se comió las chispas por que hacía mucho tiempo que no comía caliente. Paupérrimos y descangallados de fuerza física, nos dirigíamos a la cocina del mayordomo.
Este hombre, además de su sueldo tenía el negocio de los bocadillos que nos vendía, y sabiendo positivamente que a pesar de vendernos a crédito, el cobro lo tenía asegurado. Por lo tanto era consciente que el riesgo de morosidad no se contemplaba. Solía hacernos unos bocadillos de mortadela, que nos sabían a gloria bendita. Estaban riquísimos, y nos duraban en las manos escasos minutos, algunas veces cerrabas los ojos y le pedías otro, ya que con un solo bocadillo resultaba insuficiente.


Pasábamos mucho sueño, cuando no teníamos guardia y estábamos en tiempo de descanso, nos tumbábamos en el linóleum del sollado, poníamos uno de nuestros brazos a modo de almohada y nos solíamos quedar ipso facto, "mas fritos que el palo de un churrero." Si navegábamos por los trópicos , como muy bien ha dicho Miguel en alguna ocasión, esas siestas las hacíamos en el castillo, y como siempre estaba abarrotado, estábamos ojo avizor al desalojo que se producía por una nueva entrada de guardia, y de esta manera te podías acomodar mejor.


El problema venía cuando eras tú el que entrabas de guardia, entonces te acordabas de Neptuno, de las Sirenas y de los capullos a la vela. El sueño nos martilleaba sin piedad, no tenía compasión con nosotros. Cuantas veces, yo me decía a mí mismo. "Cuando lleguemos a puerto, el primer día, como no tengo guardia, me quedaré durmiendo". Luego cuando atracábamos, ninguno se acordaba del sueño.

Tristes y largos eran los días de navegación, tristes y largos, duros y penosos, a esto había que añadir las injusticias a las que fuimos sometidos por algunos de nuestros mandos más directos, mandos que sobrepasaban la disciplina entendida como tal, y aplicaba caprichosamente su código, según le viniese en gana, gentes que no tenían fuero interno, ni falta que les hacía.

Para ellos su disfrute y manera de pasárselo bien, era amargarnos la vida un poco más, y si ese poco más era mucho más, mejor que mejor. Parecían hombres sin piedad, gentes resabiadas, celosos de vernos contentos, reunidos en fraternal tertulia, reírnos y demostrar bienestar era tabú para estos individuos.

Todo esto era muy duro de compaginar, no podías bajar la guardia, al menor descuido te podía sobre venir lo peor. Cuando tenías la guardia de media, que era la más inhumana, tenias que andar con cien ojos, al mínimo descuido te podía caer empalmar la media con el alba y tener baldeo. Ese día apenas habías dormido un par de horas. Pero había que ver lo contento que se ponía el contramaestre que tuvo la brillante idea, no carente del mejor yougourt, de ser el padre de este castigo, que aún no siendo de los peores, sí hacían mucho daño. Entre unas cosas y otras, los días transcurrían, y mal que bien, salvabas las zancadillas que te ponía el camino.

Había un compañero bastante alto, natural de Vigo, que tocaba muy bien la armónica, en ocasiones formábamos un grupo y el tocaba, nosotros cantábamos y lo pasábamos divinamente. Eran unos momentos felizmente únicos, no te acordabas de nada, estábamos embutidos en nuestras canciones y de verdad os digo que aquellos generosos momentos nos sabían a magia.
Siempre nos parecían cortos. Estos hechos solíamos protagonizarlos después de cenar, pero se producían de vez en cuando, y cuando más y mejor estábamos con nosotros mismos, siempre llegaba algún contramaestre a cancelar la cita, alegando que estábamos perturbando el dulce sueño de los marineros que a esas horas ya se encontraban en el sollado arrullados por los brazos de Morfeo. Que poco duraba la alegría en la casa de los pobres. Estos hechos los cuentas ahora y cuestan de creer.

En cierta ocasión y contestando a un respetable anónimo, el que suscribe le dijo, más o menos. -"La vida en el Galatea fue muy dura, durísima, se puede escribir un libro, se puede contar en un blog, se puede apuntar en unas cuartillas, más nunca será fiel reflejo de la realidad. Si en aquellos tiempos, alguien o algunos hubiesen grabado nuestras vidas en aquel lindo velero, minuto a minuto y día a día podríamos tener una aproximación, y ésta nunca sería cien por cien real.

Casi mejor lo dejamos como está. No creo que se puedan hacer una real idea de lo duras que fueron nuestras vidas a bordo de este singular velero.
Afortunadamente, no todos nuestros mandos tenían la leche almendrada y agria. También teníamos superiores muy humanos y dignos. Había y circulaba un dicho, referido entre nosotros que decía . "La veteranía es un grado". Que certero, ciertamente así es. A medida que vas dejando millas por la popa, vas ganando experiencia, y como solía decir un compañero nuestro para demostrarnos que no resultaba fácil engañarle. -"Yo me las sé todas, hasta la verde".

Nunca faltaba el gracioso de turno, ese compañero que cuando faltaban pocos días para arribar a puerto, estando todos desayunando en el sollado, se escuchaba un fuerte grito que decía. ¡Tierra a la vista!. Inmediatamente solíamos subir en tropel a cubierta, mirábamos el horizonte y no se veía nada. Preguntabas, ¿Dónde está la tierra? y el fulano con una sonora carcajada nos decía. -"En el pañol del contramaestre." Evidentemente en este pañol, no faltaba nunca la arena para diariamente baldear la cubierta.
Esta estupidez no solía sentar bien al resto de la tripulación, pero era un añadido más a nuestro diario de a bordo.


Mi ingreso en la Armada
Cuando en el año 1954 recibimos en casa una convocatoria para ingresar en la Armada como marinero voluntario, (convocatoria que nos había enviado mi tía Segunda)  no pude por menos que manifestar un gran derrame de alegría. En aquellos momentos yo era presa de la gran influencia que se había adueñado de mis sueños juveniles. El cine americano, nos solía alimentar con películas como "Levando Anclas" y algunas otras que ahora mismo no recuerdo. Y para mayor abundamiento, algunas unidades de la Marina de Estados Unidos, visitaban Valencia con mucha frecuencia. Era la VI Flota.

Todo esto fue creando en mí, una gran inquietud y unos incontrolados deseos de enrolarme en la Marina. Y por si faltaba alguna ilusión más que añadir a las abundantes razones que todo este entorno me tenía cautivado, hay que ponerle la gran guinda a este pastel.
El periodo de instrucción sería en el Cuartel de Marinería del Ferrol del Caudillo. Esto suponía, un sueño para mis jóvenes años. Regresar a mi patria chica después de dos lustros de ausencia, era para mí, como tocar el cielo con los dedos. Volver a ver a mis tíos y a todos mis primos, a los amigos y amigas de mi infancia, era más de lo que yo podía desear.

No me faltaron los sabios consejos de mi buen padre, consejos que yo no quise escuchar y más tarde lamentaría en grado sumo.
Me puse manos a la obra y comencé a preparar la documentación solicitada, que como siempre resultó abundante y odiosa.
El día 30 de Diciembre de 1954, ingresaba en el cuartel de Ferrol, y en ese momento dejé de ser Gerardo Ureña Massa para pasar a llamarme el 3104. Este cambio de nombre por número, no me gustó nada, la sensación que me invadió fue la de ser un prisionero en una cárcel.
La especialidad de amanuense, fue la que yo había solicitado por indicación de mi padre, creo recordar que fue en lo único que le hice caso, y solamente fue de momento.


El día tercero, ya quería renunciar y regresarme a mi casa. Había algo que yo no había valorado en su justa medida.
Mi abuelo paterno José Ureña de Anrich, había sido teniente coronel de Infantería y uno de los últimos de Filipinas, en su haber, un importante número de condecoraciones, hoy en mi poder. Mi tío paterno José Ureña Sellés, alférez de infantería, muerto en combate de un balazo en el corazón, y ascendido a teniente a título póstumo. Mi padre Gerardo Ureña Sellés, alférez de Infantería de Marina, de la que fue un gran enamorado; y que puedo decir y digo con orgullo, que su Biblia fueron las Ordenanzas Militares. Esto son hechos probados.
Estando en posesión de estos antecedentes familiares, ¿cómo se me ocurre a mí, decirle a mi padre que quería renunciar?.


Papá me decía. -"Te dije que esa vida era dura, tú no me hiciste caso, todas las profesiones de la vida deberían ser vocacionales, pero hay tres que no se podía entender de otra forma, la Medicina, el Sacerdocio y la vida Castrense, si no te gusta la vida militar, cuando cumplas tus cuatro años te licencias, pero un Ureña nunca debe renunciar"
Yo a mi padre lo adoraba, él lo fue todo para mí, era incapaz de concebir la vida sin él, pero en esto no estaba de acuerdo. Mantuvimos una dura lucha por correspondencia entre ambos, finalmente mi padre me dijo. -"Puedes hacer lo que te venga en gana, esta es tu casa, en ella tendrás un plato como todos tus hermanos, pero nuestro trato ya no será el mismo.


Teníamos un tiempo límite para renunciar, el día de antes hablé con el teniente de navío de mi brigada y le manifesté mi irrevocable intención de salir de aquel cuartel y enfrentarme a mi padre con todas sus consecuencias. Tenia dos compañeros en la brigada, nacidos en Ferrol, no solían hacer amistades con demasiada generosidad, por contra conmigo demostraron una especial atención. Me vieron triste y pensativo, me interrogaron y no cesaron hasta que yo les confesé lo que me pasaba. Le dieron la razón a mi padre y me dieron buenos consejos. Cuando nos dieron destinos, ya no les volví a ver jamás. Siempre les llevare en mi corazón como algo entrañable.
Al día siguiente se produjo en mí el gran milagro, milagro al que toda mi vida le estaré agradecido.


Nos encontrábamos en la explanada del cuartel haciendo instrucción. Nuestro instructor al mando, era un brigada de Infantería de Marina. Se acerca otro brigada del mismo cuerpo y hablan ambos, de pronto nuestro mando vocea y pregunta. -"Gerardo Ureña está en la formación."? Me quedé sorprendido, era la primera vez que me llamaban por mi nombre. Respondo y digo ¡¡presente!! -"Sal de la fila y acompaña al brigada." Subimos al primer piso, entramos en un despacho, me quito el abisinio, tras la mesa había un capitán de Infantería de Marina, yo con el abisinio en la mano izquierda, hago el saludo militar con la derecha y... nunca se me olvidará, el capitán Calderón (ese era su nombre) me dice. -"En la Marina Española no se saluda con la mano sin gorra."
Para continuar diciéndome. -"Siéntate, ¿cómo está tu padre."? Yo no salía de mi asombro, ¿qué estaba pasando? ¿qué lectura tenía aquello que vivía en esos momentos.? Entonces el capitán Calderón me dice. -"Nosotros somos compañeros de armas de tu padre y al ver tu nombre hemos pensado que se trataba de su hijo, y queremos que sepas que también somos amigos suyos, así pues,  cualquier cosa que necesites no dudes en pedirla.

Fue un momento único, como si se hubiese producido un milagro, les digo. -"Me gustaría cambiar la especialidad, ¿puede ser? -"¿Qué especialidad quieres."? -"Maniobras." -¿"El Galatea”? -"Si señor"
-"¿Tú eres consciente que ese barco es el más duro de toda la Marina"? -"No me importa, quiero demostrarme a mí mismo que no soy un cobarde." Estuvimos un tiempo comentando, me despedí de ellos y antes me dijeron que les recordara su ofrecimiento. Nunca los moleste, ni los volví a ver.


El día doce de Marzo de 1955 el cabo Prendes entra en la cuarta brigada con un puñado de folios en las manos dispuesto a vocear los destinos de cada uno de nosotros, cuando canta mi nombre, mi sistema nervioso era una olla a presión , al pronunciar mi destino, del estado de  nerviosos pasé a una inmensa alegría . Ese mismo día, después de cenar, embarcábamos en el Galatea la nueva promoción perteneciente al primero del cincuenta y cinco.

Dos años y medio permanecí en este singular velero, dos años y medio de una dura vida llena de lo imaginable y de lo inimaginable, su verdadera dimensión solamente la pueden contar aquellos casi niños que salieron de sus casas, sin a penas pelos en la barba, y regresaron hechos unos hombres forjados como se forja el más puro acero. Dos años y medio de soledad, fríos, calores, grandes y pequeños temporales, sueño, mal  alimentados, injusticias y duros castigos impuestos por nuestros más directos mandos, y todo esto acompañado con un gran sentido del deber patrio, con enorme respeto a nuestra bandera, y no menos amor a nuestro uniforme.


A bordo del Galatea hice muchas guardias en la caña, más que pelos tenía en la cabeza. Parecía que lo tenía fijo. Había otro tipo de caña, solía venir sin etiqueta, era el aguardiente del ribeiro. En el viaje que visitamos Bremen, yo pude camuflar un par de botellas, las metí en la taquilla, y en esas crudas noches, si te tocaba de serviola, bajabas a la taquilla, apenas cantado el ¡¡¡verde claro!!! y sin que te viera nadie, sacabas una botella, la escondías bajo el capote o la manta, te dabas un par de tragos, le dabas al compañero, y te ponías a tono. Todo esto cuando ya eras un poco veterano.

Esto solamente lo podías hacer si estabas de serviola, ya que allí no solía subir nadie. El único que te molestaba era el corneta que tocaba la campana y solía decir. ¡¡¡Serviola alerta!!!, y esto lo hacía sin subir al castillo.

Siempre dejamos el pabellón de España en lo más alto de nuestras personales cucañas, y nunca tuvimos a bordo un acto de cobardía, más bien al contrario, nunca por defecto, siempre por exceso.
No quisiera cerrar este modesto escrito, sin deciros algo más de mi padre. Siempre fue mi norte, la persona a la que yo admiraba, respetaba y quería. Esto último nunca fui capaz de decírselo , pero estoy convencido  de que lo sabia.

El no haberme quedado en la Armada, supone una carga estúpida y dolorosa con la que soportar de por vida. Hice cosas, no demasiado bien, pero no todo fue malo, algo realicé con cierta satisfacción. Lamentarse no sirve para nada, es un hecho irreversible y una pesada cruz que siempre nos acompañará. De lo que soy un convencido y estoy seguro, es que mi padre ocupará un digno sitio en la justicia Divina.
Esto último es algo que fue negado en esta vida, por culpa de unos indignos personajes que le prodigaron una enfermiza fijación, tratando de destruirle. Almas a las que deseo reciban el perdón eterno.


Capitán de Fragata Luis de la Sierra
En una etapa de mi vida militar estuve destinado entre otros buques, en el Buque Escuela Galatea, dejando testimonio escrito de ello, en uno de mis libros titulado "Viaje de un marino" por lo he creído conveniente citar algunas cortas narraciones del mencionado libro, pensando que algunos y algunas, de los que escriben en este blog, les pueda gustar, así como a esa legión de anónimos que a buen seguro nos leen a diario.
Muchas veces cuando baldeábamos la cubierta del Galatea, nuestras muestras de cansancio, eran observadas por los contramaestres veteranos. Cuando intentábamos levantar la espalda para aliviar el fuerte dolor que nos ocasionaba la postura del baldeo, al ritmo de silbato y con el brus en la mano esparciendo por la cubierta la sosa cáustica, los polvos de gas y la arena, nos decían: “cuando yo era aprendiz, nos hacían baldear de rodillas y con un ladrillo entre las manos, así que no se os ocurra levantar, ni siquiera la cabeza.

Bueno para iluminar este episodio a bordo del Galatea, contamos con esta fantástica narración que nos deja D. Luis.
Se comenzaba por remojar bien las tablas, luego se las rociaba con arena y polvos de gas y después, catorce o dieciocho hombres, equipados con escobillas de brezo, frotaban al unísono, infatigables, de proa a popa, por una y otra banda, arriba y abajo. Tras varias concienzudas pasadas por todo el barco se limpiaba la cubierta arrojando, con rara y nada fácil destreza, el contenido de infinidad de baldes llenos de agua de mar.
La faena duraba más de una hora y media y aunque las tablas quedaban tan limpias que realmente se podía comer sobre ellas sin necesidad de mantel, suponía un gran esfuerzo físico, sobre todo para quienes, con la espalda totalmente arqueada debido a la cortedad de los manojos de brozo, tenían que frotar como condenados. Decidí hacer algunas pesquisas.

En el pañol del contramestre encontré varias docenas de magníficos bruses de mango bien largo, sin estrenar, pero mis tímidas sugerencias al segundo de a bordo cayeron en el vacío y aquel absurdo sistema de baldeo continuó igual que hacía quinientos o tal vez mil años.
Una madrugada la inevitable faena se inició como de costumbre. Puesto que estábamos encalmados y el tiempo no presagiaba sorpresas, excepcionalmente bajé a cubierta, detuve el baldeo y ordené al contramaestre arrojar por la borda todas las escobillas de brezo. El hombre me miró un instante con pasmo, fijamente, y en sus ojos pude leer la sombra de una sospecha: quizá pensó que me había vuelto loco.



“Pero su duda no duró más de una fracción de segundo y, como marino disciplinado, reaccionó inmediatamente”.
Todas las escobillas fueron largadas por la borda. Luego las que quedaban en el pañol siguieron idéntico destino y después se subieron los cepillos de mango largo y se prosiguió la faena, ya un poco más humanizada, me pareció a mí.
Al amanecer, por nuestra popa aún flotaban, con aspecto derrotado pero demasiado próximas y acusadoras, docenas de escobillas de brezo.

Porque yo había roto una inveterada costumbre y sabía que aquel destronamiento vegetal podía tener desagradables consecuencias para mí. Sin embargo, o el comandante del buque escuela no se enteró o tal vez el segundo de a bordo no quiso romper su habitual mutismo por nimiedad semejante, o quizás en el fondo, conforme conmigo, prefirió ignorar el cambio.

Siendo alférez de navío, es decir, figurando ya en mi hoja de servicios cientos de singladuras de todos los carices, cosechados en tiempos de paz y de guerra, en los años 1944 y 1946 vivi en la mar la inolvidable experiencia de los dos mayores temporales de mi carrera.
Por ello lo que voy a relatarles puedo hacerlo con la perspectiva que arrojan treinta y cinco ininterrumpidos años de servicios, siempre en la "Escala de Mar".
En el verano de 1944 embarqué en el buque-escuela de marinería Galatea: un barco de hierro, de 2757 toneladas de desplazamiento, que arbolaba tres mástiles, con aparejo de bricbarca, y del que uno de mis compañeros decía que en cierta ocasión fue hallado al garete en mitad del Mediterráneo, abandonado después de un motín y con la sangre de las víctimas saliendo aún por sus falucheras.


Nunca pude averiguar lo que había de cierto o de fantástico en tan dramática historia, si bien es verdad que otras similares se dieron harto frecuentemente en los épicos y azarosos días de navegación a vela.
El caso es que el veterano Galatea había tenido ya una larga y agitada vida, efectuando la carrera de trigo en Australia y navegando bajo varias banderas.



Estábamos en plena Segunda Guerra Mundial, y yo llegaba procedente del destructor Almirante Antequera, es decir, de un buque que en nada se parecía, no remotamente, al gran velero. Pero el criterio de entonces era que los nuevos oficiales deberíamos adquirir cuanto antes la mayor experiencia en todos los tipos disponibles de buques.
Tres días después de hacer entrega de mi orden de embarco zarpábamos de El Ferrol rumbo a las portuguesas islas de Madeira, llevando a un grupo de aprendices y de cabos de marinería que efectuaban sus correspondientes cursos en la Escuela de Maniobra de la Armada y que ahora harían sus prácticas de mar.

Navegamos dando amplísimas bordadas, aunque siempre buscando las derrotas veleras, pues no se trataba de llegar cuanto antes a Funchal, sino de acopiar singladuras; así que empleamos diecisiete días en el viaje de ida y veinte en el de vuelta, navegando siempre a vela. Tuvimos buen tiempo y hasta calma chicha. Entonces cuando el aire quedaba inmóvil, el velero permanecía aboyado sobre una mar llana, como de vidrio, brillante e intensamente azul, con todas sus velas perezosamente caídas a telón, mientras los ruidos de abordo cobraban una resonancia especial, un tanto solemne.

Nos hallábamos, por supuesto, a una distancia enorme de la, para los antiguos enteramente dependiente del viento en su propulsión, mortífera zona de las calmas ecuatoriales, a caballo sobre el cinturón del mundo.
Pero no podíamos menos de pensar en lo que tuvo que suponer, en los tiempos de la navegación a vela, el quedar allí atrapados, como sujetos al fondo del océano por alguna monstruosa rémora maligna, es decir, como el Galatea entonces, pero sin disponer de motores a bordo, durante semanas, en que los víveres frescos se evaporaban, el terrible escorbuto se cebaba en los más débiles o desnutridos, desfallecían las esperanzas, y los cerebros comenzaban a vacilar como una llamita a punto de extinguirse.

Días de soledad infinita, interminables, enloquecedores, aprisionados por el círculo inmenso del horizonte de aquel implacable desierto líquido. Hasta que se acababa por echar los botes al agua para remolcar al velero y tratar de arrancarle de la zona maldita, abrasadora durante el día y siempre si un soplo de viento que se mantuviera algún tiempo en la misma dirección, u obstinadamente encalmada, silente, como muerta, en la que el tiempo parecía haberse detenido y no se veía vela o mástil alguno en lo que abarcaba la vista del fatigado serviola encaramado en la cofa.
¡Qué angustia la de aquellos marinos reducidos a la impotencia, al transcurso de unas singladuras de agonía, derivando a merced de impalpables y desconocidas corrientes, de efímeras y caprichosas ventolinas o de copiosos chubascos de agua que parecían jugar malévolas con sus esperanzas! ¡Cuántos veleros atenazados en aquella zona siniestra resultaron ignorados víctimas de sangrientos motines y fueron abandonados por sus enloquecidos y supersticiosos tripulantes!.

¡De cuántos ignotos dramas resultaron únicos testigos el sol abrasador o las chispeantes estrellas y aquellas aguas y aires letales, que parecían dejados de la mano de Dios!. Porque sabemos de casi todos los veleros que pudieron escapar, pero nunca conoceremos la suerte de tantos otros allí desaparecidos con su gente al completo, abandonados, pasto de incendios fortuitos o hundidos por pequeñas vías de agua que los hombres ya no tuvieron fuerzas para achicar con las bombas... porque, durante los siglos XVI, XVII y XVIII, el ¡cincuenta por ciento! de los marinos que se hacían a la mar jamás regresaban: sucumbían de alguna manera, ¡quién sabe de cual!, precisamente en ella, en este inmenso cementerio acuático sobre el que ahora flotábamos encalmados.

Para los oficiales de la dotación, el Galatea resultó un barco agradable y romántico. Las guardias de puente y la maniobra con el formidable aparejo de vela eran apasionantes, y el resto del día, cuando no teníamos que observar con el sextante, dar alguna conferencia a los alumnos o hacer acto de presencia durante las "malditas" limpiezas, lo pasábamos leyendo, tratando de atrapar algún tiburón o enzarzados en ruidosas partidas de Bridge en la cámara.
Sin embargo, en los dos viajes que aquel semestre hicimos a las Madeira tuve la impresión de que el buque que marinábamos pedía más, que sentía la nostalgia de los tiempos idos, en que su quilla araba valientemente la redondez completa de La Tierra, las ilimitadas extensiones del océano Índico y del mar Austral, retaba a los "cincuenta bramadores" y tiraba de las terribles barbas grises de los cabos de Hornos y de Buena Esperanza.

Que los nuestros eran para él viaje de trámite, sin importancia, en que ni sus mastelerillos llegaban a percibir, siquiera sobre el horizonte, el refulgir de la argentada y espléndida Cruz del Sur, que tanto impresionase a los navegantes medievales portugueses y, veinte siglos antes, a los marinos fenicios que por vez primera circunnavegaron África.
Y es que nuestro velero, construido en Inglaterra en 1896, se consideraba aún, sin duda, muy capaz de cortar en ambos hemisferios todos los meridianos del Globo.

De la Sierra narra un hecho que los veteranos del Galatea solían contarnos a los recién embarcados.
Nuestra alegría de vivir de jóvenes oficiales solo se empañó una vez, debido a un luctuoso y terrible accidente. Después de pasar algunos días en El Ferrol, en dique seco, limpiando fondos, fuimos a Marín para dar realce con el barco, fondeado en la espléndida ría de Pontevedra, a una entrega de despachos, en la Escuela Naval, a los oficiales de la Milicia Universitaria.

Dos días después salimos para El Ferrol, donde tuvimos que entrar cuatro singladuras más tardes, es decir, una antes de lo previsto. El triste suceso se desarrolló así. Por la mañana, estando de guardia en el puente, recibí orden del comandante de dar el aparejo. Apenas había viento y la mar estaba tranquila; de modo que la cosa no parecía presentar el menor problema.
De todos modos, el oficial de derrota subió al puente para supervisar la maniobra. A través de un megáfono dí las órdenes de ritual:
¡Listos a largar el aparejo! ¡Gavieros y juaneteros al pie de la jarcia!
Inmediatamente se escucharon las pitadas de señales de los contramaestres de palo, y la gente corrió por cubierta. ¡Gavieros y juaneteros arriba! ¡Gente al pie de la jarcia!.

Aquellos comenzaron a trepar por los flechastes del trinquete y del palo mayor con la soltura y agilidad, propios de los avezados. Al estar todos en las cruces de sus respectivas vergas, ordené: ¡Fuera! ¡gente arriba!
Instantes después escuchamos un grito de muerte, escalofriante, que llegaba de las alturas. Miramos hacia allí. Uno de los juaneteros del palo mayor se había desprendido de su percha y caía dando vueltas, rígido con los brazos pegados a lo largo del cuerpo y las piernas estiradas, en una actitud que supuse instintivamente defensiva.

Aquel trágico voltear desde una altura de casi cuarenta metros duró muy pocos segundos, pero quedaría grabado para siempre en la retina de quienes, horrorizados, claramente comprendimos que el hombre no caería al mar, sino en la cubierta.
Tras dos o tres volteretas completas en el sentido longitudinal, la dramática visión desapareció por babor tras las casetas del combés, pero inmediatamente oímos un golpe terrible y vimos esparcirse en todas direcciones los blanquecinos pedazos del reventado cerebro de aquel infortunado marino de dieciocho años.

Quedamos sobrecogidos. ¿Cómo habría podido caerse? Porque no se trataba de ningún novato, sino de un profesional con experiencia, pero, son precisamente éstos quienes se caen de los mástiles, por paradójico que pueda parecer.
Sí, fué el exceso de confianza, en una faena habitual y sin problemas dada la bonanza del tiempo, lo que sin duda originó la caída del marinero del Galatea.

El comandante del buque-escuela telegrafió inmediatamente al capitán general de El Ferrol, y adelantamos la entrada a puerto. Los padres del infortunado muchacho llegaron desde Madrid, de donde eran naturales, para asistir al entierro, y quedamos impresionados por la fortaleza de ánimo y resignación cristiana con que aquella afligida pareja aceptó el inesperado y cruel golpe que le deparaba el destino.
Por mi parte, nunca olvidaré la trágica pirueta de aquel ilusionado joven que, habiendo escuchado la llamada de las olas, quiso cambiar "los mares de ondulantes mieses" de su tierra natal por el azul infinito y coronado de espumas del inmenso océano.


La caída del marinero juanetero, como digo más arriba, era algo que los veteranos solían contarnos a los "peludos" y nosotros cogíamos el testigo y lo pasábamos a la siguiente promoción, es como si nadie quisiera perder la memoria.
Dicho de otra forma, parece como si los mamparos, palos, cubierta y todo el barco en sí, se hubieran conjurado para no olvidarlo jamás. Los veteranos también nos dijeron que esa verga fué arrestada largo tiempo.

El Blog Buque Escuela de Maniobra Galatea para D. Luis
Sabemos su trayectoria como militar y como escritor, las dos facetas que conocemos son irreprochables, y merecedoras de elogio. Sus libros son de esos que empiezas a leer y da pena que llegue el final, pues te transportan al lugar que describen sus trazos en el papel.
Como militar, los que le han conocido no tienen la menor duda del gran marino que fue, y del buen trato que tuvo con sus compañeros y subordinados. Desde aquí se lo agradecemos. Y para agradecimiento el de aquellos especialistas de maniobra que en las guardias de alba tenían que baldear la cubierta del Buque Escuela Galatea.

Como anécdota, el por entonces alférez de navío D. Luis, observaba el trabajo inhumano que se hacía para la limpieza de la cubierta. Descalzos, con pantalón corto, en climas tropicales o arremangados los pantalones de faena hasta los muslos si hacía frío, los que se dedicaban a este menester, a toque de silbato con cortas escobas de brezo y un ladrillo entre las manos, frotaban la cubierta del velero.
Como quiera que le parecía duro e innecesario este quehacer, ordenó echar por la borda los escobones de brezo y sustituirlos por unos magníficos bruses (cepillos de raíces con palo) para de esta manera sin tener que agacharse poder baldear la cubierta del Galatea. Que gran cambio, que alivio para las rodillas y la espalda.
Este sistema permaneció en la Armada, en el Galatea y actualmente en el J.S. de Elcano.
Gracias otra vez Luis, por tu decisión y por tu iniciativa, pues en esos momentos te la jugaste, y el comandante del Galatea o no se enteró del cambio o se hizo el despistado, por reconocer que ya era hora de desterrar esa inhumana costumbre.
Quiero ser breve y desde aquí los componentes del blog “Buque Escuela de Maniobra Galatea” te saludan y se enorgullecen de haberte conocido. Gracias D. Luis.

Miguel Gómez Ruiz
Miguel nos cuenta algunas anécdotas de nuestro Galatea, como bien se debe a un marino que navegó a bordo del entrañable velero.



Y el Galatea fondeó
La de hoy una vez más es la historia oculta tras el titular de un periódico, la que nos narra los esfuerzos de unas familias por ver a sus hijos destinados a mil kilómetros de distancia. El destino no era otro que el buque escuela “Galatea”, todo un símbolo en la Armada Española por haberse formado en él oficiales y suboficiales que todavía hoy lo recuerdan con cariño.

El 4 de Julio de 1928 el ciudadano de La Unión Pedro Belmonte Alcaraz, en nombre de treinta padres de familia, escribía una carta llena de sentimiento al alcalde de Cartagena. En ella esperaban que la valiosa personalidad de nuestro regidor pudiera influir en el Ministro de Marina para que el buque escuela, que en esos momentos efectuaba un crucero de prácticas por varios puertos españoles, hiciera escala en nuestro puerto. He recalcado antes el carácter sentimental de la misiva, y como el lector puede pensar que dicha apreciación es un poco exagerada, he querido transcribir un pedazo de la misma.

Decía el Sr. Belmonte que de conseguirse el objetivo “tendrán nuestros hijos la dicha de abrazarnos y a la vez nosotros prodigarles unos momentos el cariño que desde Enero pasado que partieron de nuestros hogares se ven privados de él”. Los peticionarios tuvieron la suerte de poder entregar la carta en mano al alcalde Alfonso Torres lo cual sin duda agilizó los trámites burocráticos. Pero aunque no hubiera sido así podían estar tranquilos estos padres porque, si algo caracterizaba la forma de ser “política” de nuestro munícipe, eso no era otro que su eterna insistencia hasta conseguir lo que deseaba.
Y con ese ánimo a buen seguro remitió el 6 de Julio una carta dirigida al Ministro de Marina D. Honorio Cornejo, transmitiéndole el deseo inspirado en sentimientos humanitarios de los familiares.

Mayor celeridad no se podía pedir pues tan solo nueve días después, concretamente el 15 de Julio, el Ministerio movía ficha positivamente. S. M. el Rey a propuesta de la Dirección General de Campaña y Servicios del Estado Mayor ordenaba al comandante del buque que al bajar al Sur hiciera escala durante dos días en nuestra ciudad.
El 6 de Agosto, procedente de Valencia fondeaba el “Galatea” comandado por el capitán de Fragata Ramón Fontenla y Maristany. Una estancia breve, pues quedó reducida a la mitad de lo previsto inicialmente, pero un día inolvidable para las familias y tripulantes locales que vieron así cumplido su deseo. De los millones de documentos almacenados en los archivos, y que posiblemente nunca vean la luz, la carta de este padre bien merecía salir del anonimato.

No tanto por su innegable valor histórico, sino por revelarnos lo que unos padres con su inmenso cariño pueden llegar a hacer por sus hijos.
Este texto está extraído de un recorte de prensa, de la época, los originales están guardados celosamente por un enamorado de nuestro Galatea, agradezco sumamente a la persona que me los ha hecho llegar, al que le envió un afectuoso abrazo, hasta otra amigo del alma.

Miguel sigue rescatando escritos del Galatea y nos regala el siguiente:

Hola a todos. Este artículo que a continuación insertaré, no es de mi cosecha, su autor es Arturo Souto Iglesias que así lo firma, y fue publicado en "Historias de la mar", en Abril del 1983, yo sólo he transcrito la letra, ya que la foto no la admite este formato, y ya la tenemos en el apartado imágenes del Galatea.
Quiero seguir haciendo constar que este escrito me lo ha facilitado, un gran amigo, al que se lo agradezco de corazón.



Requiem para el Buque Escuela de Maniobra Galatea.
A los que hemos elegido la mar como medio de vida, y de desarrollar nuestra vocación marinera al servicio de la Armada y de la Patria, nos llena de alegría cada vez que leemos en la prensa, u oímos por la radio comentarios y artículos sobre nuestro octogenario buque-escuela Galatea.
A veces se nos forma un nudo en la garganta ante la emoción que nos embarga al oír una y otra vez su legendario nombre, mientras una lluvia de recuerdos, hechos y anécdotas vividas en él durante su larga vida marinera, discurren hoy por las emocionadas mentes de todos aquéllos que sobrevivimos y estuvimos embarcados a la sombra de sus velas, cuidándolo, mimándolo y conservándolo en actividad año tras otro, como escuela y hogar de tantas y tantas generaciones de aprendices marineros y futuros contramaestres, como lo fueron antaño la villa de Bilbao y el Nautilus y hoy el Juan Sebastián de Elcano.

Buques-escuela, buques de paz, de amistad, de unión y convivencia entre los pueblos de la tierra, sirviendo en más de una ocasión de mensajeros de la madre patria a los pueblos hermanos de América y Asia.
Sobre sus cubiertas se dieron cita centenares de españoles o sus descendientes, muchos de ellos desde lugares alejados del puerto donde recalaba, con el único fin de pisar un trozo de tierra española, y conocer por algún oriundo de su región o pueblo, las noticias y los acaecimientos habidos durante sus ausencias, produciéndose emotivas y patrióticas escenas, que hacían conmover a los hombres más duros de corazón.

La presencia del símbolo sagrado de la patria, ondeando airoso en nuestra popa, bastaba para enmudecer las gargantas de españoles, que por azares de la vida se encontraban alejados del hogar patrio.
Solo nos cabe señalar que en el Galatea, siendo aún barbilampiños, nos forjamos en hombres de mar, hombres de temple, hombres dispuestos a luchar y a enfrentarnos en todo momento contra los elementos desatados y las adversidades de la vida marinera, pero eso sí, también aprendimos a amar a la patria, a rezar y a recordar más que nunca a nuestros seres queridos, que lejos de nosotros e ignorando quizás nuestra angustiosa situación, sufrían las ausencias del hijo, del marido o del hermano.

Pero el Galatea se nos ha muerto, desgarrado de sus bellas y legendarias vestiduras por la tajadera, la mandarria y el soplete, mientras su casco, de color blanco inmaculado, se mece agonizante sobre las tranquilas aguas de la ría ferrolana.
En su historial rezan nombres de sus comandantes, jefes y oficiales, con especial mención al llorado don Fausto Escrigas Cruz, quien durante cinco años fue su segundo comandante, y luego comandante en aquellos momentos trágicos en que daba comienzo nuestra guerra civil, cuando el Galatea navegaba hacia las islas Canarias con una dotación de 300 hombres, entre ellos 40 aspirantes de Marina.

También están los nombres de sus contramaestres de cargo y subalternos que, con su tesón, sangre fría y total entrega, le dieron soplos de vida en las legendarias singladuras por todos los mares del globo, en los que el mando depositó su confianza plena, conscientes de su valía profesional y conocimientos de la mar. Fraguaron y formaron a más de 5.000 contramaestres.

Mil novecientos ochenta y dos quedará grabado en mi corazón con el adiós al Galatea, adiós a sus jarcias, a las que nunca más subirán los gavieros, adiós a las vergas mayores, gavias, velachos y juanetes, por los que no se deslizarán los pies descalzos, ni correrá la sangre de las manos de nuestros mejores gavieros y juaneteros.
Un trozo de historia de nuestra Historia, la cinta negra en el juanete bajo mayor del que cayó mortalmente herido, mi compañero de promoción y joven juanetero, Amalio Martínez Pérez, el 28 de mayo de 1945, ha pasado al recuerdo íntimo de los pocos que le sobrevivimos. Adiós.

¡Oh! Galatea, tu eres el barco mejor,
tú te cimbreas desde la roda al timón,
las olas te agitan de Babor a Estribor,
y tus marineros cantan esta canción de amor…
Arturo Souto Iglesias

La comunión del Atlántico
Miguel sigue con su trayectoria de relatos y nos ilumina con el siguiente en el que parece ser que las aguas del océano recibes y dan señales de acoger el cuerpo de Cristo.
A veces algún suceso fuera de lo normal nos estremece y deja huella perenne. No importa que el tiempo, en su inevitable transcurso, intente borrar los hechos. Siempre estará en nuestras mentes, e irrumpirá, como en realidad ocurre, a través del pensamiento en cualquier circunstancia, y de forma inesperada.
Esto es lo que nos sucede a todos los que formamos parte de aquella inolvidable dotación del Buque Escuela Galatea en los años cincuenta. Navegábamos por el Trópico, rumbo a poniente, impulsados por un grato alisio que aquella mañana de un domingo había caído del todo, hasta el punto que el aparejo gualdrapeaba perezosamente y prácticamente caía a telón.

El capellán celebraba el Santo Sacrificio en cubierta. En el momento de la Consagración, tras las palabras que convierten el pan en el Cuerpo de Cristo, el sacerdote puso la sagrada forma sobre el paño que cubría el altar, y en ese momento, una tenue brisa, hija del alisio, pero lo suficientemente fuerte para llevar en sus alas a Jesucristo Dios, le tomó en su seno y suavemente, con majestuosidad y divina sencillez, depositó la Hostia Consagrada en las tranquilas aguas de nuestro padre el Atlántico.

Pero en ese instante el viento cargó con algo más de fuerza, hinchando las velas y obligando a avantear al buque, a la vez que a ras de mar se produjo una blanca espuma, precisamente en el punto del Divino Impacto, cual encaje tejido por las manos de los ángeles, que hizo desaparecer de nuestra vista al Dios Marinero.
Al cabo de pocos minutos cayó de nuevo y desapareció la espuma de la mar, como si tras haber comulgado, hubiera dado gracias al Altísimo cubierto de aquella alba capa para concentrarse mejor en su oración de gracias.
Mientras todo esto ocurría en dos o tres minutos, unas cuantas gaviotas arriesgadas mar adentro, parecía trenzar con los blancos gallardetes de sus alas las corcheas y compases de una aleluya como de gratitud por esta comunión del Atlántico de manos de un buque español.

Compras en Dakar
En uno de nuestros cruceros de instrucción recalamos en Dakar, como es sabido días antes de llegar a puerto extranjero el habilitado nos proveía de las divisas del país al que visitábamos, que por cierto eran algo escasas, pero para los pocos días que permanecíamos en puerto y bien administradas daban para lo más elemental, visitar las zonas menos recomendadas, hacer alguna comida en tierra, tomar algunas copas o cervezas y comprar algún recuerdo.

Pues en este puerto como en la mayoría que visitábamos estaban los nativos que vendían artesanía, de forma ambulante, un compañero le compró a uno de ellos una figura de ébano, creo que con el regateo se la dejo bastante barata sobre unos doscientos francos.
Quiero recordar aunque no lo sé exactamente, la cuestión es que le dio un billete de mil para que le devolviera el cambio, aquel hombre de color cogió el billete y se fugó corriendo, aunque intentamos darle alcance, fue imposible corría como una gacela, por lo que el compañero se quedó con la figura y el vendedor con el billete de mil francos.
Después andaba un poco escaso de dinero, pero entre nosotros nunca había problemas entre todos los del grupo nos hacíamos cargo de los gastos.

El último día de estancia en puerto teníamos que acabar con el dinero que nos quedaba, volvíamos a visitar los lugares no muy recomendables, y si aún quedaba algo lo despilfarrábamos a veces en tonterías, después de haber comprado lo necesario para el poco aseo que nos dejaban hacer a bordo y navegando, debido a la escasez de agua dulce, pues en aquellos tiempos aún no habían potabilizadoras, y menos en un buque a vela.


Si no sabes rezar vente al Galatea a navegar, nadie te va a enseñar pero tú aprenderás
Corría el año 1957, era el dos de mayo, hoy mismo se cumplen cincuenta y seis años, cuando el Galatea atracó en un pequeño muelle del puerto de Santa Isabel de Fernando Póo, que así se llamaba por aquellos tiempos. Era territorio español, también era llamada como la perla del golfo de Guinea, hoy su nombre es Malabo y la isla Bioko, pertenece a Guinea Ecuatorial un país independiente.
Procedíamos de Santa Cruz de Tenerife, habíamos dejado a tras treinta y dos días de navegación sin escala.

Le digo a mi amigo Gerardo Ureña, que espero que recuerde todo esto, ya que ese viaje lo hicimos juntos, se trataba de mi primer crucero de instrucción, también debe recordar que nos daban cada semana aquellas raciones de tabaco, se trataba de unas pastillas de picadura de unos trescientos gramos más o menos, de la marca "La Mascota".
Por aquellos tiempos yo no fumaba las guardaba y al regreso del crucero se las lleve a mi padre cuando fui de permiso, que por cierto le hizo mucha ilusión.

También nos hacían tomar de forma forzosa las pastillas de Quinina cuyo nombre o iniciales nombre era ATP. Se utilizaban como medidas profilácticas contra las enfermedades tropicales que al parecer por aquellas latitudes eran muy frecuentes.
También se editaba a bordo un semanario cuyo nombre era "Portillo al Mundo" este periódico se repartía los domingos, después de la misa y por supuesto totalmente gratuito, las noticias las captaban el personal de radio y luego eran impresas en la oficina de la escuela.

En el golfo de Guinea sufrimos un fuerte tornado que nos dejó sin buena parte del velamen, que tuvo que ser repuesto casi en su totalidad. En este puerto fuimos muy bien recibidos, hubo excursiones por el centro de la isla, fiestas en nuestro honor y el horario de recogida era más dilatado, puesto que por la noche era cuando mejor se podía vivir, debido al sofocante calor.
Las guardias durante el día se tenían que hacer con salacof. Allí estuvimos durante siete días que lo pasamos de cine, también hicimos una maniobra general atracados en el muelle así como un ejercicio de saludo a la voz, para ser contemplados por las autoridades y por el personal de la población.

El Comehuevos del Galatea
En esta líneas rescatamos  una anécdota protagonizada por un personaje de la dotación del Galatea que ha llegado hasta nuestros días. Se recoge gracias a nuestro compañero Juan José Gomila, buen investigador de los temas relaciones con el buque, que la facilita a Miguel Gómez Ruiz, el cual envía la documentación donde se recoge este gracioso hecho acaecido en nuestro velero. Además de narrarlo aquí, se encuentra como foto en la página "Recordando al Buque Escuela Galatea" del blog Buque Escuela de Maniobra Galatea.

Por eso vamos a recordar a cierto cabo de fogoneros, que al embarcar en el Galatea, apostó con sus nuevos compañeros que sería capaz de comerse dieciocho huevos fritos en un cuarto de hora. El compromiso estaba en pie cuando el comandante del barco, avisado del proyectado disparate, la misma tarde en que la prueba debía realizarse, llamó al troglodita a su cámara y le dijo:
-Le prohíbo que haga esa barbaridad, primero por que no sería capaz de comérselos, y segundo por que le harían mucho daño.
El cabo, respetuoso, pero firme, contestó: - No Señor, mi comandante, le aseguro que puedo hacerlo.
¡No hombre, hombre, no es posible, en quince minutos no es posible!.
-No quiero engañarle mi comandante. Para ir sobre seguro, ya hice la prueba esta mañana y fui capaz.


Gerardo González
Anécdota en el año 1975
Etábamos haciendo el curso de cabo primero y nos encontrábamos en el castillo, en prácticas de traslado de pesos, con el andarivel dado a  una de las "patas" de la grúa del muelle, que se encontraba en la popa del buque y a baor, en la zona dende estaban los botes y el tangón.  En estas  que pasa un bote a remo con un cabo 1º  del curso para Suboficial con  fama de cabroncete, y todos a una soltamos el andarivel con la intención de tirarle al agua, y casi lo conseguimos. De Oficial de Guardia  profesor de servicio, nada menos que el teniente de navío Cartelle. Imagina la que se armó.

Ambos, el teniente de navío y el cabo chaqueta, suben por la banda de babor, por la escala Real, ya que el Galatea se encontraba amarrado por estribor al muelle de la Graña y nos montan la de dios es cristo. Al jefe del grupo (el cabo Abuín Braje) poco menos que lo quieren pasar por la quilla, todos mediamos en el asunto y conseguimos que solo nos calcen guardia recargada.

Juan Pérez Villares
Bueno, pues después de relatar someramente como fué mi llegada al Galatea voy a continuar ahora con otro pequeño párrafo, primero me presentaré por si algún ex compañero de mi curso me reconoce y me escribe.



Me llamo Juan Pérez Villares, natural de Barres, Castropol, Asturias, Después de casado pasé a vivir en Figueras, villa marinera limítrofe a tan solo dos kilómetros de donde nací. Mi primer trabajo fue de aprendiz de carpintero de ribera en un pequeño astillero donde se construían embarcaciones de madera, también trabajé como ayudante en una panadería.
A los 19 años ingresé voluntario en la Armada eligiendo la especialidad de maniobra, estando los años 1956 y 1957 a bordo del Galatea y dando tres viajes, pues uno de ellos no lo dió por estar en dique reparando.

Una vez que salí cabo 2º me destinaron al crucero Méndez Núñez que regresaba de Sidi Ifni y fui destinado a Mahón y más tarde a Palma de Mallorca pero haciendo alguna salida a varios puertos de la Península. En el Méndez coincidí con los también cabos 2º tales como: Preciado, Barros, Alfonso Prieto, Blanco, Maño, Germán, Miguel Gómez, Corcoles (fallecido) y alguno más que no recuerdo su nombre.

Mi primer destino fue como patrón de la falúa del comandante y más tarde guardabanderas, dejando la Marina al final de 1959 y empezando a trabajar en un astillero y como de siempre me gustaba el dibujo hice un curso de delineante en CEAC y así pasé a trabajar en la oficina técnica pasando a ser encargado de la misma hasta la jubilación anticipada a los 57 años.
Una anécdota curiosa que me ocurrió en el Galatea es la siguiente:

A la salida de San Juan de Puerto Rico vieron que todas las patatas de los marineros que iban en cajas sobre el spardeck debido al calor se pudrieron, no así las del comandante que iban en un pañol en la sentina.

No obstante el comandante dijo que si no había patatas para la marinería que a él no le pusiesen patatas en la comida hasta llegar a las Azores, Punta Delgada. Por tal motivo, el otro ayudante de la cocina que estaba conmigo y para que no se perdiesen las patatas lo que hacíamos era preparar para la cena una buena ración de patatas hervidas que luego en una bandeja las cubríamos con sardinas en conserva y su aceite resultando un plato muy apetitoso y así cada día hasta la llegada a puerto.